Un conocido escritor alemán, Carl Schmitt, ha recientemente
hecho notar que, examinando la historia europea del último siglo, se nos
presenta una especie de reiteración. Él se refiere a la situación que ya se
había verificado con los movimientos revolucionarios liberales, socialistas y
radicales de 1848-1849, la cual, mutatis mutandi, se ha vuelto a presentar, de
manera agudizada, en nuestros días. Sin embargo hay que notar que mientras que
desde entonces en adelante, y luego del primer manifiesto del comunismo, por
una lado se ha afirmado la interpretación marxista de la historia y de la vida
con rasgos cada vez más precisos y sistemáticos, por el lado opuesto, es decir
el de las fuerzas del orden, de la conservación y de la autoridad se ha estado
muy lejos de desarrollar unas ideas con el mismo grado de coherencia, con algún
tipo de continuidad con el encuadramiento católico, tradicional y dinástico de
ese entonces.
Schmitt ha efectuado tales consideraciones al hablar de
Donoso Cortés, figura de teólogo, de diplomático y hombre de Estado español
casi olvidado en nuestros días, quien justamente hace un siglo, con una agudeza
de mirada histórica y con una lucidez alucinante, supo ver como pocos otros los
problemas y las alternativas fundamentales ante las cuales iba al encuentro de
manera inevitable la Europa en crisis. Las ideas de Cortés son hoy en día más
actuales que nunca. Y no pueden no recabarse muy escasas reconfortantes
conclusiones al observar el plano sobre el cual hoy esencialmente se mueve el
catolicismo político, en colusión no tan sólo con la peor democracia sino
también con las mismas fuerzas de la izquierda: mientras que tal circunstancia
hubiera significado por parte de hombres como el católico Donoso Cortés como
una ocasión para recabar la actitud adecuada de una verdadera defensa de
nuestra civilización.
De la misma manera que en su momento con De Maistre, fue
mérito de Cortés haber entendido que, en su significado más profundo, la
antítesis a la cual la Revolución Francesa primero y luego los movimientos de
1848-1849 había dado lugar, tenía no tanto un carácter económico y social
cuanto más bien religioso y metafísico. En el 48' la antítesis fundamental
parecía ser entre autoridad y anarquía. Pero mirando más en lo profundo y
apoyándose en la teología, Cortés remitió el conflicto al existente entre dos
interpretaciones antitéticas de la misma naturaleza humana. Allí donde el dogma
católico de la caída tiene como consecuencia la concepción de la natural maldad
del hombre (que Cortés desarrolló al estigmatizar el carácter obtuso,
irracional y demoníaco de las masas), a ello las fuerzas de la subversión le
contraponían una seudo-religión de la humanidad que por un lado exaltaba el
evangelio del optimismo social y del progresismo y por el otro desembocaba en
el Terror dando a conocer así su rostro verdadero. Cortés por lo demás vio con
suma claridad la inevitabilidad de un futuro choque cruento y decisivo entre
catolicismo y socialismo ateo. El punto más importante es sin embargo que él
supo reconocer que el liberalismo burgués y el parlamentarismo eran una cosa
híbrida en tanto no habrían conducido a ninguna solución de los problemas.
Para él como para De Maistre, lo esencial era reconocer el
principio de autoridad en los términos de una infalibilidad, de un derecho
supremo e inapelable de decisión: esto en tanto concebido como el eje de las
fuerzas del orden y de la contrarrevolución. Cortés solía decir: "Se
avecina el día de las negaciones radicales y de las afirmaciones
soberanas"*. Su crítica de la inanidad del parlamentarismo liberal y del
sistema de los compromisos es sumamente actual. Con una frase lapidaria, él
define a la burguesía como "la clase discutidora"*, como la clase que
discute en vez de decidir, de organizarse, de combatir. Esto condujo a Cortés a
una conclusión sumamente audaz para un católico de su tiempo: el reconocimiento
del derecho de la dictadura. Tal fue el contenido de un famoso discurso que
sostuviera el 9 de enero de 1849. Cortés no podía no reconocer la crisis en la
cual había entrado el régimen monárquico, minado por el constitucionalismo. Las
figuras de reyes son cada vez más raras, él decía, y entre éstas son pocas
aquellas que tienen la osadía de reconocer el ser rey de una manera diferente
que de la voluntad del pueblo. El frente de la anti-revolución necesita de un
poder supremo de decisión. La fórmula de Cortés es: dictadura coronada. Quizás
se la podría interpretar así: los reyes que nuevamente 'montan a caballo', que
en verdad reinan. Una tal solución él sin embargo solamente la reconoció como
impuesta por la necesidad y la dureza de los tiempos a los cuales se iba al
encuentro: dictadura coronada para hacerle frente a la dictadura de otras
fuerzas, de las fuerzas de la subversión mundial. Y más aun, resultando ello
algo asombroso si se piensa que entonces la Rusia aristocrática era considerada
como un baluarte de la 'reacción' y que la misma aun militarmente había
contribuido a la represión de los motines del 48', Cortés profetizó que habría
venido 'la gran hora de Rusia', que Europa se habría hallado frente al gran
peligro constituido por la posible asociación entre el socialismo
revolucionario con la política rusa: exactamente lo que luego sucedería.
Todos los principales problemas del futuro europeo han sido
pues formulados con exactitud meridiana hace 100 años por esta menta lúcida.
Lamentablemente las posturas de Donoso Cortés relativas a su apelación a un
verdadero frente espiritual y cristiano de defensa europea han quedado en la
nada. Es en vez la clase discutidora* la que hoy con astucias y chicanas de
todo tipo se ilusiona con estar a la altura de los tiempos, mientras que tales
podrían serlo solamente aquellos que por coraje espiritual y por rigor de
doctrina no fuesen menos que el hombre de Estado español, al que con estas
breves notas hemos querido recordar.
*En español en el texto original.
Roma, 11 de mayo de 1955.
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