La
revolución del Rap
El Rap
y el hip-hop han constituido la “banda sonora” que ha precedido y acompañado a
la intifada francesa. Hasta ahora el rap era una música particularmente molesta
para algunos, con letras procaces y frecuentemente estúpidas, mientras que
otros la tenían como la compañía más
querida para sus oídos; pero, solamente a partir de la “intifada” de otoño,
pareció haberse elevado de rango y convertirse en el “motor intelectual” de la
revuelta. Como, por otra parte, era de prever…
Miente
quien diga que la violencia instigada por el rap es meramente coyuntural y
reactiva, También en él existe un “proyecto de futuro” y una intención de
“construir la historia”. Por ejemplo, una de las canciones incluidas en el
álbum “Tous ensemble” de IV my people” dice: “Espero que hayas captado la idea: todos juntos, todos juntos; esta vez
no habrá un Carlos Martel”. La inmensa mayoría de los participantes en la
intifada francesa, jóvenes menores de veinte años y la mayoría de entre 13 y
18, lo ignoraban todo sobre la historia de Francia, pero seguramente sabían que
Carlos Martel derrotó a la musulmanes en Poitiers. La letra encarna, por tanto,
en el espíritu de la revuelta, un proyecto de futuro: los adolescentes
magrebíes y subsaharianos quieren “derrotar a Francia” y a todo lo que
representa. Tal es su objetivo final. Francia, a todo esto, responde al desafío
del odio con un nuevo esfuerzo de integración y, sobre todo, subsidios.
La
intifada de otoño es la revuelta de lo irracional: ni reivindicaciones razonables,
ni doctrina revolucionaria, ni conciencia política o social, ni programa, ni
objetivos; tan sólo “tácticas” (quema de coches, incendios, saqueos, destrozo
del mobiliario urbano y linchamientos), Un “kale borroka” a medida del Estado
francés. Vanamente buscaríamos algo consistente en la intifada que, a primera
vista, no es sino una sucesión masiva de actos de puro gamberrismo. Pero es
mucho más. Es la revuelta del Rap. La falta de doctrina revolucionaria y de
reivindicaciones, se sustituye con el mensaje de odio encarnado por los
conjuntos raperos y dirigido hacia los fracasados de arrabal, magrebíes y
subsaharianos. La relación del Rap con la revuelta es reconocida por Sako, líder del grupo “Les Chiens de Paille” (Los Perros
de Paja) quien dijo en una entrevista realizada durante las jornadas más duras
de la intifada: ”Si el ministro Sarkozy hubiera escuchado rap seguramente lo que ha
sucedido en Francia no habría pasado. Estaba todo escrito ahí".
Y decía la verdad.
“Monsieur
R”, por su parte, uno de los grupos más conocidos y deleznables del panorama
rapero francés, canta esta letra: “Francia
es una furcia; no pares de tirártela hasta dejarla agotada”. El nombre de
otro conjunto es todo un programa: “Nique ta mére”, cuya traducción más
aproximada es “Jode a tu madre”. Uno de sus álbumes se titula “Paris bajo las
bombas”, casi un anticipo compuesto hace 10 años. El grupo, fundado en 1994,
abandonó pronto los arrabales -sus integrantes tuvieron un efímero éxito y
ganaron mucho dinero- aunque su producción musical siguió estando dedicada a
los jóvenes marginales. La letra de una de sus canciones –“Plus jamais ça”, más
o menos, “nunca más esto”- decía así: “La
juventud ha de llegar a tiempo a la cita fijada / En efecto: para mearse sobre
la bandera tricolor, / El puto estandarte del partido de los cerdos. / ¿Soy muy
hardcore? / ¡Pero si me gustaría verles a todos muertos! / Sueño a veces verles
como víctimas, mártires en un film gore...”. Por su parte, “Smala” canta: “Guerra racial, guerra fatal, ojo por ojo,
diente por diente, organización radical, por todos los medios tenemos que
tirarnos a sus madres francesas, eres tú quien pierdes” y “Lunatic”,
finalmente, sostiene en su rap: “Cuando
veo a Francia abierta de piernas le doy por culo sin aceite”. Lo dicho,
todo un programa. Y no habría ninguna dificultad en encontrar letras de los
grupos “113”, “Ministèrre AMER”, “Fabe” y “Salif”, como mínimo tan ofensivas como
estas para Francia, los franceses, la cultura en general y el sentido común.
No es raro que al concluir la
intifada, un grupo de 153 diputados y 49 senadores franceses solicitase medidas
para prohibir la difusión de letras que promovieran el “racismo anti-blanco y
el odio a Francia”. Pero ya era tarde. Le Pen y el Front Nacional venían
advirtiendo desde hacía quince años sobre este tipo de excesos, sin embargo,
los guardianes de la ortodoxia republicana y, en especial, el muy progresista
“Movimiento contra el Racismo, el Antisemitismo y por la Paz” (MRAP), solamente
contemplaba y denunciaba la existencia de un racismo fascista de
extrema-derecha que regularmente denunciaba a la menor muestra, real o
supuesta. El diputado de Francois Grosdidier, promotor de la iniciativa
anti-rap explicó: “El mensaje de
violencia de estos raperos
recibido por jóvenes desarraigados, sin cultura, puede legitimar para ellos la
incivilidad, o lo que es peor, el terrorismo”, y el también diputado Daniel
March, añadió “los ataques a la dignidad
de Francia no pueden esconderse detrás de la libertad de expresión”. Pero
estas medidas llegaban tarde, demasiado tarde. Hace quince años, cuando empezó
el fenómeno, todavía podían albergarse esperanzas sobre las posibilidades de su
erradicación, pero no, desde luego, hoy, cuando el rap es la música preferida
por la inmensa mayoría de los jóvenes magrebíes y subsaharianos de la “banlieu”.
El rap está identificado con su revuelta; más aún, el rap es el” motor idoelógico”
de su revuelta en tanto que es la forma subcultural que ha encarnado el odio y
la frustración contra Francia y los ciudadanos blancos de Francia.
El ministro de Justicia francés vio la luz y percibió la importancia de encontrar un chivo expiatorio que, por lo demás, no era completamente inocente. Tenía razón en señalar con el dedo acusador a los raperos como instigadores del odio racial y la violencia étnica, pero, a decir verdad, todo este entramado de conjuntos de infame calidad musical y provisto de letras extremadamente toscas y brutales, era solamente el epifenómeno que evidenciaba la existencia de causas más profundas. El epifenómeno se muestra en el centro de la superficie afectada por un terremoto, pero no es ahí donde se ha originado, sino en las profundidades de la tierra. Allí está su causa originaria. Pues bien, señalando a los grupos rap –en lugar de situarlos en su verdadero nivel de responsabilidad- se lograba la coartada perfecta, al mismo tiempo que se eludía reconocer a los verdaderos orígenes del problema. Porque la intifada de otoño fue el producto directo del fracaso de la política francesa de integración de los inmigrantes. Así pues, el Ministro de Justicia dio instrucciones al Procurador General de París para abrir una investigación sobre los grupos sospechosos de promover el racismo y el odio inter-étnico. No le iba a ser difícil encontrar letras de contenidos racistas y violentos, pero todo esto llegaba ya demasiado tarde.
Hacía 10 años, en 1995, que esas letras corrían por los suburbios y desde hacía 10 años, amplios contingentes de adolescentes magrebíes y subsaharianos iban permanentemente –incluso en el interior de las clases docentes– con los auriculares de los Walkman encajados en los oídos no oyendo más música que esta. Las buenas intenciones del Ministro de Justicia o de los 200 diputados y senadores, llegaba con diez años de retraso. Desde 1995, los raperos como Joel Starr difundían mensajes como este entre los adolescentes de los suburbios: "¿Cuánto tiempo más va a durar esto? Hace ya muchos años que todo hubiera debido explotar. / La guerra de los mundos la habéis querido, aquí la tenéis. / ¿Qué esperamos para incendiarlo todo? / ¿Dónde están nuestros modelos? De toda una juventud quemasteis las alas / sin sueños, se agota la savia de la esperanza". Era todo un programa de violencia civil que nadie atendió, salvo Le Pen y su Front National o los intelectuales de la Nouvelle Droite.
En efecto, en 1996, a poco del
primer sarpullido de grupos raperos suburbiales, Guillaume Faye, uno de los
intelectuales surgidos del entorno de la Nueva Derecha francesa, publicaba su
obra “Arqueofuturismo” en donde ya advertía sobre los riesgos de contemplar el
rap como una muestra inofensiva de “cultura popular”. Decía Faye: “La cultura de los “jóvenes
nacidos de la inmigración” que se benefician de la admiración de los
mass-media, conquistando un espacio social cada vez más importante, encierra
algunos valores perfectamente antidemocráticos. La “cultura beur-black” y el
comportamiento de sus miembros, amplificados por la propaganda de las letras de
fragmentos de rap, difunden actitudes y estados de espíritu totalmente opuestos
a las convicciones de las elites “políticamente correctas” que los apoyan:
machismo, clanismo, tribalismo agresividad, visión racial de la sociedad,
espíritu de ghetto, desprecio por la mujer, culto al jefe de la banda,
valorización de la violencia primaria, rechazo de toda responsabilidad social,
apología de la violencia de grupo, desprecio total por “Francia” o por la
“nación”, etc. La nueva “cultura de las ciudades periféricas” difunde entre la
juventud –es decir, entre las generaciones futuras–
valores sociales antitéticos de los de la famosa “República”. Pensar que será
posible, mediante la “educación” y la “persuasión”, transformar en “ciudadanos
responsables” a los jóvenes portadores de estos tipos de mentalidad, es una vez
más creer en los milagros, una enfermedad senil de la ideología occidental. Es
paradójico que los “demócratas” apoyen y excusen esta emergencia de un
primitivismo social. Este tipo de ilusiones siempre es el hecho de las
ideologías hegemónicas, las cuales, demasiado seguras de ellas mismas, ya no
son capaces de analizar la realidad”.
Los
“investigadores sociales” suelen explicar que el rap es la forma de protesta
que tienen los jóvenes “olvidados,
frustrados, abandonados por un sistema que no les da soluciones”. Llegado a
Europa a mediados de los años ochenta, su origen hay que buscarlo en las
canciones de los negros de Brooklyn y Harlem, compuestos en los “square” y en
sus canchas urbanas de baloncesto. A pesar de su escasa calidad y de su baja
gama tonal, los intelectuales progresistas siempre dispuestos a elaborar nuevas
teorías sociológicas, lo presentaron como la forma de expresión propia de los
barrios deprimidos. Tanto el Rap como el hip-hop serían muestras de cultura
urbana cargado de mensajes de frustración. Pero, prosiguen nuestros
intelectuales, el culpable de la irrupción de la violencia no es el Rap, sino
el “sistema”. A los raperos les gusta esta coartada que les exime de cualquier
responsabilidad y tiende a victimizarlos. Sako, uno de los raperos franceses de
pro dice: "No es el hip-hop el culpable, sino el
abandono de toda una parte de la sociedad por un Estado, denunciado por mí y
por otros en forma de rap hace mucho tiempo”. Pero el “sistema” es algo excesivamente
general. No es un “sistema” abstracto e indefinido el culpable de la violencia
urbana, sino ¡el fracaso de las políticas de inmigración! El sistema es la
Seguridad Social, el sistema educativo, el sistema policial y penal, tanto como
la infraestructura de carreteras, de ocio o los mercados de abastos… Las
políticas de inmigración no son “el sistema”, sino una parte del mismo, en el
que su eficacia viene dada por la interacción entre los promotores de esas
políticas y los receptores de las mismas. Ahora bien, si las medidas adoptadas
por los primeros ignoran la realidad étnica, cultural y antropológica de la
inmigración, y si los segundos se obstinan en victimizarse antes que
en realizar un esfuerzo de integración, esas políticas están condenadas al
fracaso. Tal es lo que se ha evidenciado en la intifada de otoño. Además, hay
algo que se escapa a los intelectuales “progresistas” y a los ideólogos de las
políticas integración republicanas.
La clase obrera europea está, como mínimo, tan deprimida y castigada como la inmigrante, especialmente, los jóvenes “blancos y pobres”, en busca de un primer empleo. Las reiteradas campañas de las ONG’s de solidaridad con los inmigrantes, suelen olvidar que no solamente hay pobres entre la inmigración, sino también –y quizás mucho más en número– entre los franceses. En Francia se está llegando a una situación similar a la que se alcanzó en EEUU desde principios de los años ochenta. El drama no es pertenecer a una minoría étnica. Todas las minorías étnicas –y especialmente los afroamericanos- reciben sustanciosas subvenciones y entran incluidas en ambiciosos programas sociales diseñados especialmente para ellos. Además, las empresas ofrecen incentivos si contratan a jóvenes, a mayores de 45 años o a mujeres. El verdadero “drama americano” consiste en ser blanco, varón, pobre, de entre 30 y 50 años. Para éste grupo social no existen programas de ayudas, ni dotaciones presupuestarias. Otro tanto empieza a ocurrir en Europa. En la UE, junto a los escaparates de consumo mejor dotados, también existen bolsas de pobreza autóctonas. Sin embargo –y esto es lo importante– estas bolsas no tienen periódicos estallidos de cólera. Nunca ha existido nada parecido a la intifada de otoño, protagonizado por jóvenes parados de origen francés, subcontratados, skins o por clochards. Por otra parte, a las mismas condiciones de precariedad laboral y pobreza, no corresponden, sin embargo, las mismas tasas de delincuencia entre la comunidad francesa y la inmigrante. Y esto es lo que los intelectuales progresistas deberían explicar: ¿por qué los jóvenes inmigrantes, o bien hijos y nietos de inmigrantes, expresan su odio de manera tan violenta, mientras que los autóctonos no responden de la misma manera.
El Rap es la exteriorización del fracaso de estas políticas de integración y del nulo esfuerzo de integración de sus receptores. Sus letras expresan las sensaciones presentes en los suburbios: odio social, hostilidad étnica, resentimiento, incomprensión hacia todo lo que representa esfuerzo, falta de competitividad, etc. Ni una sola letra de rap es constructiva y evidencia una voluntad mínima de integración. Si tenemos en cuenta que el Rap es el único “producto cultural” consumido en los suburbios por la inmensa mayoría de la juventud magrebí y subsahariana, no es raro que retroalimente su odio y deseo de revancha.
La clase obrera europea está, como mínimo, tan deprimida y castigada como la inmigrante, especialmente, los jóvenes “blancos y pobres”, en busca de un primer empleo. Las reiteradas campañas de las ONG’s de solidaridad con los inmigrantes, suelen olvidar que no solamente hay pobres entre la inmigración, sino también –y quizás mucho más en número– entre los franceses. En Francia se está llegando a una situación similar a la que se alcanzó en EEUU desde principios de los años ochenta. El drama no es pertenecer a una minoría étnica. Todas las minorías étnicas –y especialmente los afroamericanos- reciben sustanciosas subvenciones y entran incluidas en ambiciosos programas sociales diseñados especialmente para ellos. Además, las empresas ofrecen incentivos si contratan a jóvenes, a mayores de 45 años o a mujeres. El verdadero “drama americano” consiste en ser blanco, varón, pobre, de entre 30 y 50 años. Para éste grupo social no existen programas de ayudas, ni dotaciones presupuestarias. Otro tanto empieza a ocurrir en Europa. En la UE, junto a los escaparates de consumo mejor dotados, también existen bolsas de pobreza autóctonas. Sin embargo –y esto es lo importante– estas bolsas no tienen periódicos estallidos de cólera. Nunca ha existido nada parecido a la intifada de otoño, protagonizado por jóvenes parados de origen francés, subcontratados, skins o por clochards. Por otra parte, a las mismas condiciones de precariedad laboral y pobreza, no corresponden, sin embargo, las mismas tasas de delincuencia entre la comunidad francesa y la inmigrante. Y esto es lo que los intelectuales progresistas deberían explicar: ¿por qué los jóvenes inmigrantes, o bien hijos y nietos de inmigrantes, expresan su odio de manera tan violenta, mientras que los autóctonos no responden de la misma manera.
El Rap es la exteriorización del fracaso de estas políticas de integración y del nulo esfuerzo de integración de sus receptores. Sus letras expresan las sensaciones presentes en los suburbios: odio social, hostilidad étnica, resentimiento, incomprensión hacia todo lo que representa esfuerzo, falta de competitividad, etc. Ni una sola letra de rap es constructiva y evidencia una voluntad mínima de integración. Si tenemos en cuenta que el Rap es el único “producto cultural” consumido en los suburbios por la inmensa mayoría de la juventud magrebí y subsahariana, no es raro que retroalimente su odio y deseo de revancha.
©
Ernesto Milà – infokrisis – infokrisis@yahoo.es
– 11.05.06
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