Ha ocurrido en la India donde el pasado día 11, los
tribunales de justicia condenaron al fundador de una secta que declara 60
millones de seguidores en todo el mundo, a cumplir una condena de 20 años de
prisión por delito de violación. Pero, siendo esta condenada, algo dramático,
lo que rodea a la secta que preside Gurmeet Ram Rahim Singh, es todavía más
dramático. Incluso grotesco. En efecto, la misma secta y el mismo gurú tienen
abiertas otras investigaciones por asesinato del periodista Ram Chander
Chhatrapati en 2002, después de que publicara un artículo sobre los abusos
sexuales que se daban en el interior de la secta.
Singh quien, además de ser gurú sectario, ejerce también
como cantante, actor y director de cine, está obsesionado por las motos y las
joyas. A pesar de que en la India está ampliamente desprestigiado y su
enseñanza en una copia bastarda de doctrinas marginales surgidas del hinduismo,
lo cierto es que para muchos millones de afiliados es un “dios presente en la
Tierra”.
En 2017 ya recibió una primera condena por violación a la
que sus seguidores en la India respondieron con disturbios y agresiones que
costaron 40 víctimas. Otro de los juicios que aguardan a Singh en los próximos
meses es por la castración de 400 de sus seguidores. El acto inhumano se
justificó porque así “se acercaban más a Dios” y, de pasó, añadió, “así se
pregen a las mujeres de posibles ataques sexuales”. E incluso, después de este
proceso le espera otro por el asesinato del director de un medio de
comunicación que había amenazado con denunciarlo.
Todas estas acusaciones contrastan con el carácter que Singh
quiere dar a su secta: ecologistas, pacifistas, solidarios… en una palabra,
“progresistas”.

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