> ENSAYO SOBRE EL DESTINO DE ESPAÑA EN EL SIGLO XXI



1. Necesidad y oportunidad del planteamiento

1.1. España está en crisis y esa crisis deriva del mismo concepto que los españoles se hacen de su propia nación. En la actualidad, si el independentismo catalán ha arraigado en una de las regiones en las que menos está justificado, se debe precisamente a la crisis de la idea de “nación española”. Esta crisis es el resultado final del “Estado de las Autonomías”, que más que un “café para todos”, debería ser considerado como una “centrifugación total”. El “autonomismo” (forma burocratizada del “regionalismo”) solamente es posible cuando la idea nacional está bien viva. De lo contrario, fragmenta el Estado en taifas. Justamente lo que ha ocurrido.

1.2. El nacionalismo español se ha quedado anticuado. Fue formulado hace más de100 años en un mundo completamente diferente al actual y, prácticamente, desde los años 30, apenas ha sido revisado. Los últimos ecos de una polémica de altura sobre este tema se remontan principios de los años 50 cuando Pedro Laín y Rafael Calvo Serer polemizaron en torno a sus obras España como problema y España sin problema. Antes, durante el tiempo de la República la reflexión sobre España había corrido a cargo de los “maurrasianos” carpetovetónicos: esencialmente dentro del grupo de Renovación Española o bien por parte de colaboradores evolucionados como Ramiro Ledesma y José Antonio Primo de Rivera. Antes, el tema había sido tratado por la Generación del 98, a partir del Idearium de Ganivet. Y lo fue desde un punto revista visceral con Unamuno (“Que inventen ellos”) y de manera mucho más orgánica por algunos autores que se han vinculado a esta generación aun cuando fuera más oportuno encuadrarlos en un movimiento posterior: Eugenio D’Ors, Ortega y Gasset, Pérez de Ayala y el propio Manuel Azaña.

1.3. Estas reflexiones quedan muy atrás en el tiempo, especialmente si tenemos en cuenta que los últimos 100 años han sido de aceleración histórica asindótica. Vale la pena conocer todos los textos y los del tradicionalismo español del siglo XIX en los que se encontrarán análisis, afirmaciones, sugerencias e intuiciones pero nunca jamás unas respuestas que son necesarias hoy que, para obtenerlas, los autores mencionados, hubieran tenido que conocer los rasgos que ha adquirido, no sólo España, sino el mundo, en los inicio del siglo XXI. Enrocarnos en las respuestas de la Generación del 98, en las aportadas por los maurrasianos españoles (incluido José Antonio Primo de Rivera), ya no sirve para proponer alternativas políticas, ni siquiera para influir en movimientos culturales aquí y ahora.

1.4. Es preciso pues asumir un hecho esencial: la España del mañana ni podrá ser como la del ayer, ni los valores que la sustentaron en otro tiempo no tan lejano podrán revivir. Así pues, hace falta plantearse en primer lugar si España tiene un futuro como Nación, y ver si somos capaces de definir ese futuro. Este ensayo tiene precisamente estas intenciones y se realiza desde una perspectiva completamente libre y objetiva, no subsidiaria de ningún partido político, ni de ninguna ideología concreta. La necesidad de elaborar este ensayo ha partido del hecho de que la respuesta dada por el gobierno del Estado al desafío independentista, ha sido exclusivamente de carácter leguleyo y ni siquiera se ha preocupado de realizar una ofensiva “doctrinal” acaso porque está anclado en el “patriotismo constitucional” que es, de todas las formas posibles de patriotismo, sin duda el más ficticio.

1.5. No se derrotará al nacionalismo catalán haciendo cumplir la ley, ni se conjurará esta conjura de los mediocres pensando que en las siguientes elecciones otros le arrebatarán la mayoría relativa. Porque lo más terrible de la situación es que si el nacionalismo español no ha experimentado ninguna renovación, ni ningún debate en profundidad desde la polémica Pedro Laín-Calvo Serer, el nacionalismo catalán es solamente un conjunto de mitos y estados ánimo nacidos del rechazo a lo español, aparecidos en el último cuarto del siglo XIX. Ésta ideología arcaica, subproducto del romanticismo decimonónico, ha podido crecer al renunciar el Estado surgido de la transición política a ser una “unidad político” y configurarse como un débil “mosaico” de partes desiguales y disonantes en las que el éxito de cada político regional dependía de que supiera barrer más y de manera más llamativa para casa.

2. El punto de partida: lo espontáneo y lo difícil

2.1. El punto del que vamos a partir es un pequeño texto del fundador de la Falange, el Ensayo sobre el nacionalismo
(revista JONS, nº 16, abril de 1934). Si buscamos un punto de partida para nuestro planteamiento, no lo vamos a encontrar ni entre la escuela de Renovación Española (que partía de la base maurrasiana de que la Nación  francesa y, por extensión, otras naciones de Europa, entre ellas la nuestra, había sido creada por la religión y la monarquía), ni siquiera en las especulaciones del 98, sino más bien en las ideas que pergeñó inicialmente José Ortega y Gasset y luego recuperó e integró José Antonio Primo de Rivera en su concepción de “España como unidad de destino”. Este texto tiene una formulación literaria apenas dos meses anterior en el breve y poético artículo titulado La gaita y la lira (FE, nº 2, 10 de enero de 1934)

2.2. Este texto joseantoniano es la clave de bóveda de la armadura ideológica de Falange. Y sin embargo, ha sido muy mal comprendido y lo que es peor: ha sido considerado en su letra más que en su espíritu con el prejuicio que esto acarrea en tiempo de aceleración histórica
. Vale la pena revisar de nuevo el texto para encontrarnos con
  • a) José Antonio acepta que el nacionalismo tiene un origen romántico y aprovecha nuevamente para lanzar sus habituales invectivas contra Rousseau para el que el hombre como los pueblos nacen “buenos” pero las “arquitecturas históricas” los convierten en oprimidos y anulan su espontaneidad. La Historia transformó al pueblo, primero en polis y luego en Estado. “El individuo es, respeto, de la persona, lo que el pueblo es respecto de la sociedad política”. La tesis romántica de la nación sugería “regresar a lo primario” tanto en el caso del individuo como de la nación. Por ello, si el individualismo es el motor ideológico del liberalismo, el individualismo de los pueblos, esto es, el nacionalismo, lo es de las sociedades.
  • b) Ve en todo nacionalismo algo que tiene un nacimiento “espontáneo” (en un momento dado, anticipándose dos décadas a las tesis de Konrad Lorenz sobre el “instinto territorial” José Antonio dice que el nacionalismo “casi se trata de un fenómeno biológico”). En efecto, la etología ha demostrado que los nacionalismos no son más que las modulaciones a escala humana del instinto territorial presente en las especies animales. Esto es lo que explica que estén más vivos a escala inmediata: son lo primero que el ser humano ve a poco de nacer, un paisaje, unas tradiciones, unos cantos, unas costumbres, todo lo que constituye el “ethos” (el carácter distintivo de una comunidad). Es, pues, una expresión sentimental que nace de un impulso biológico y que adopta formulaciones culturales más o menos definidas. Era una de las consecuencias de la propuesta romántica de “retorno a la naturaleza”. El nacionalismo así entendido es “rustico y primario”, “disgregador”.
  • c) José Antonio alerta contra un riesgo: un nacionalismo de este tipo solamente puede vivirse a escala local, comarcal o en regiones pequeñas, pero las naciones históricas no se han formado en función de criterios “espontáneos”. El gran error consiste en que los defensores de un nacionalismo “mayor”, oponga solamente “sentimientos contra sentimientos” para combatir a los nacionalismos “menores”. El autor está alertando sobre lo inadecuado de oponer mitos contra mitos y creencias espontáneas frente a creencias igualmente espontáneas. En esas polémicas –la que se está dando entre el nacionalismo español y el catalán, por ejemplo- nunca hay resquicios para el triunfo de la racionalidad, ni siquiera para que exista posibilidad de discutir. Ambas posiciones se sitúan en el terreno de lo “afectivo”. Combatir el nacionalismo local mediante “el camino del sentimiento” corre el riesgo de “herir las fibras más profundas –por más elementales- del espíritu popular”. Y añade: “cuando se ofende uno de esos sentimientos primarios instalados en lo profundo de la espontaneidad de un pueblo, la reacción elemental en contra es inevitable, aun por parte de los menos ganados por el espíritu nacionalista”. El “localismo” (porque esa es, a fin de cuentas, cualquier pequeño nacionalismo) no puede ser combatido por “el mero sentimiento patriótico unitario”, porque “sentimiento por sentimiento, el más simple puede, en todo caso, más”.
  • d) Pero hay otra forma de patriotismo: el que consiste en definir y proponer una “misión universal” a un pueblo. Eso implica superar el nivel biológico, emotivo y sentimental del nacionalismo “espontáneo” para situarnos en el terreno de lo “difícil”. Mucho más complicado de transmitir, mucho más complejo, pero también mucho más duradero y real, pues de lo que se trata es de definir un proyecto histórico y adherir a él a la ciudadanía. La visceralidad queda atrás, lo sentimental y biológico queda rebasado. Esto es lo que da personalidad a una nación: “es otro en lo universal”, tiene un destino que no es el de otras naciones. De ahí no todos los “pueblos” sean “naciones” y, por lo mismo, que la condición establecida por Fichte según la cual un pueblo con un idioma es, por este hecho, una nación, no tenga ya validez: es nación aquel pueblo capaz de definir un proyecto histórico. Lo que propone José Antonio es “emplazar las fibras del patriotismo no en lo afectivo, sino en lo intelectual” y “Hacer del patriotismo no un vago sentimiento, como cualquier veleidad marchita, sino una  verdad tan inconmovible como las verdades matemáticas”. El artículo termina así: “El corazón tiene sus razones, que la razón no entiende. Pero también la inteligencia tiene su manera de amar, como acaso no sabe el corazón”.

2.3. José Antonio ataca a los nacionalismos periféricos (e incluso a cierta concepción del nacionalismo español) en tanto que producto primario y biológico, sino porque son incapaces de proponer objetivos superiores. Una nación para ser tal debe estar en condiciones de enunciar su “misión universal” y su “destino”. A la misma conclusión había llegado dos meses antes en su artículo La gaita y la lira: la gaita tira de nosotros, nos alegra en las fiestas, nos recuerda nuestras raíces, es dulce como el vino y como éste corre el riesgo de general “embriaguez e impotencia”, porque “todo lo que es sensual dura poco” A pesar de que miles de primaveras se han marchitado, “dos y dos siguen sumando cuatro como desde el origen de la creación”. Frente a la gaita, está “la canción que mide la lira, rica en empresas porque es sabia en números”. Por tanto, “no veamos en la patria el arroyo y el césped, la canción y la gaita; vemos un destino, una empresa. La patria es aquello que, en el mundo, configuró una empresa colectiva. Sin empresa no hay patria”. Lo que define la patria es la fe en un “destino común”, si este destino no está presente, “todo se disuelve en comarcas nativas, en sabores y colores locales. Calla la lira y suena la gaita”.

2.4. José Antonio había partido del análisis de Charles Maurras que coincidía exactamente con sus ideales de juventud. Como Maurras creía que la monarquía y la religión habían hecho a la nación española. De ahí que, contrariamente a lo que opinan la mayoría de sus partidarios en la actualidad, José Antonio jamás fue antimonárquico, de lo que se quejaba era de que la monarquía española no hubiera estado a la altura. Así mismo, es evidente que cuando alude a “misión y al destino universal de España”, está aludiendo a la defensa de la fe que, en varias ocasiones une a la idea imperial. Parece evidente que la situación de la España del 2018 no es la misma que la de 1934, ni la influencia del catolicismo en nuestras días es la que tuvo la Iglesia en los años 30, ni siquiera la monarquía de hoy es aquella que José Antonio consideraba como “gloriosamente fenecida” (lo que, en el contexto de su obra, lejos de ser un reproche era, antes bien, un elogio y un lamento). De hecho, si José Antonio (y el mismo Ledesma) terminaron separándose del tronco monárquico de Renovación Española (aunque nunca terminaron de cortar vínculos con este ambiente) fue porque le reprochaban que la restauración monárquica se agotase en sí misma y que no fuera capaz de redefinir ni un destino ni una misión.

2.5. El problema es éste: el esquema de análisis joseantoniano sobre “lo espontáneo y lo difícil”, el nacionalismo entendido como “misión y destino”, el alejamiento del mero “biologismo” son todavía válidos y extremadamente lúcidos, pero no así su aplicación que ya no puede ser formulada en los años 30 por Falange Española en la medida en que ya no se dan las mismas circunstancias, ni están presentes con la misma intensidad los factores que estaban presentes en la España del primer tercio del siglo XX. Dicho con otras palabras: si se rechaza el nacionalismo biológico anclado en los niveles emotivos y sentimentales del ser humano, hará falta hacerlo redefiniendo de nuevo una “misión y un destino” para España que ya no pueden ser los mismos que hace 80 años. Tal es el problema de la perspectiva joseantoniana: no puede ser defendida en el siglo XXI sin una profunda revisión. Sin embargo, nos parece un interesante punto de partida.

3. Los problemas de la Nación-Estado

3.1. La dimensión de las naciones-Estado en el siglo XXI ya no está en condiciones de afrontar los problemas generados por las grandes acumulaciones de capital
. El neoliberalismo está solamente interesado en una cosa: que el Estado se preocupe solamente de la gestión de las comunidades pero no intervenga en economía. Con la excusa de que la reducción del Estado generará espacios más amplios de libertad, lo que los doctrinarios del neoliberalismo han conseguido es que el “poder económico” crezca desmesuradamente mientras se empequeñece el “poder político”. Esto ha generado que los Estados tengan, frecuentemente, mucho menos poder e influencia que los grupos de presión y los gobiernos deban de estar pendientes de satisfacer los intereses de estos, o al menos de preocuparse por no llevarles la contrario, si aspiran a ser estables. Otra actitud les acarrearía el desencadenamiento de campañas demoledoras en contra.

3.2. La libre competencia no lleva a una diversificación del capital sino a la concentración del mismo y a las actuaciones de los consorcios en régimen de cartel o de monopolios. El neoliberalismo no tiende a la extensión ni a la distribución de la riqueza, sino a la concentración de ésta en cada vez menos manos. No es un fenómeno nuevo sino que ya fue previsto por Marx. Este fenómeno se da a una velocidad cada vez mayor, especialmente en sectores como las nuevas tecnologías: han bastado apenas treinta años para que el sector de la informática e Internet esté controlado por media docena de consorcios. En cualquier otro sector industrial se tiende cada vez más al mismo proceso. Lo que se logra es que el poder de estas compañías tenga una dimensión universal, mientras que los Estados Nacionales siguen teniendo una dimensión local. De esta desproporción nace el gran problema: los consorcios, al servicio de pequeñas élites de accionistas, tienen más peso que los Estados, en principio, dedicados a alcanzar el “bien común”. Aquellos imponen su tiranía sobre estos y no en una sola nación, sino en todas. No hay Estado que se vea libre del poder económico de las élites neoliberales.

3.3. La evolución de las fuerzas económicas ha generado un sistema mundial unificado en la que el capitalismo ha alcanzado su última fase de evolución
: del capitalismo artesanal se pasó al industrial en el siglo XIX, del industrial al multinacional durante la Guerra Fría y del multinacional al capitalismo globalizado desde la caída del Muro de Berlín hasta nuestros días. Los rasgos principales de esta nueva forma de capitalismo es su carácter financiera, el estar cada vez menos ligado al Estado-Nación y carecer de un centro dirigente: es un “sistema” de fuerzas basado en unos principios (máximo beneficio – mínimo riesgo, mercado globalizado, financiarización de la economía, omnipresencia de los mercados especulativos) que se imponen automáticamente y que se dan como los únicos posibles para gestionar el sistema económico mundial.

3.4. Desaparición y/o debilitamiento de las estructuras tradicionales que constituían el basamento de los Estados-Nación. Para que exista un Estado-Nación debe existir una clase media consciente de su identidad, de su historia, heredera de un pasado y con proyección de futuro; deben existir, igualmente, clases tradicionales apegados a valores ancestrales (especialmente poblaciones rurales), un sistema de enseñanza “nacional” que transmita valores surgido de la propia identidad. Los valores religiosos están incluidos y han contribuido a dar personalidad a las naciones. Así mismo, se trata de estructuras estables que no dependen de las “modas” o de las “tendencias”, sino que están ancladas en el corazón, en la psicología y en los rasgos antropológicos de los pueblos. Pues bien, todos estos elementos se están debilitando o, simplemente, desapareciendo aceleradamente en los últimos 30 años. La atenuación de estos rasgos hace inviable que los Estados Nacionales puedan prolongarse en el tiempo como realidades de hecho. Siguen existiendo por pura inercia, pero su función ya no es la de hace 40 ó 50 años: simplemente han renunciado a buena parte de sus atribuciones, han disminuido su operatividad y se han homogeneizado mundialmente.

3.5. Allí donde los Estados-Nación se han replegado, las redes mundialistas han ampliado su radio de acción
. Si la globalización es un proceso económico caracterizado por la concentración de capitales, el “mundialismo” es un proceso cultural que tiende a generar unos valores que constituyen la punta de lanza con la que el “nuevo orden económico internacional” puede avanzar contando con una justificación “ideológica”. Por primera vez en la historia universal se trata de valores promovidos deliberada y conscientemente por estructuras organizativas muy concretas y no como productos de las elaboraciones intelectuales de cerebros privilegiados. Las organizaciones mundialistas surgieron después de la Segunda Guerra Mundial y su justificación deriva de los llamados “principios jurídicos de Nuremberg” según los cuales ninguna nación tiene el derecho de adoptar un rumbo que no sea democrático y si alguna lo hace, la red mundialista llamada “Organización de las Naciones Unidas” tiene derecho a censurarle y a impedirlo. La soberanía nacional quedó limitada desde ese momento. Desde el punto de vista cultural e ideológico, la principal red mundialista es la UNESCO, laboratorio ideológico del que parten las ideas y los principios mundialistas: promoción de una “cultura mundial” nacida del mestizaje que llega incluso a sostener ideas sobre mestizaje étnico y religioso, ideologías de género, principios de la corrección política, etc.

3.6. En consecuencia, todos estos elementos generan el que:
  • a) Los Estados Nación sean demasiado débiles para responder a estas fuerzas. Las formas que adoptaron en los siglos XIX y XX son cada vez más inadecuadas y ya no responden a las exigencias del siglo XXI
  • b) Los Estados Nación tengan sus estructuras interiores muy desgastadas. Ya no están en condiciones de ser actores históricos con iniciativa, sino que se limitan a ser testigos pasivos de la historia que se desarrolla sin que puedan hacer nada para encarrilarla.
  • c) Los Estados Nación carezcan de soberanía nacional suficiente para imponer sus políticas. Se han convertido en testigos mudos de fuerzas económicas de peso y amplitud desmesuradas ante las que no pueden hacer nada, salvo cumplir sus directrices.
  • d) Los Estados Nación pierdan su identidad nacional y atenúen sus rasgos. Al ser testigos mudos de fuerzas económicas, deben también soportar la imposición de principios ideológicos ajenos a sus propias tradiciones y a sus basamentos culturales.
  • e) Los Estados Nación no puedan nada contra el poder económico neoliberal y, no solamente en pequeñas naciones, sino que el proceso afecta también a los países más grandes, por muy democráticos que sean: cambian los gobiernos, pero el poder económico impone siempre sus reglas y siempre permanece controlando la sala de mando.
  • f) Los Estados Nación han perdido la facultad de educar a las nuevas generaciones en sus valores propios e identitarios.

3.7. Así pues, en los primeros años del siglo XXI se ha llegado a una endiablada situación que deriva de una contradicción fundamental de nuestro tiempo: nunca ha sido tan necesaria la presencia de Estados Nación (que disponen de una estructura jurídico-administrativa, de unas parcelas de soberanía y de unos recursos defensivos) para responder a los desafíos del neoliberalismo y de su ariete ideológico, el mundialismo, pero nunca como hoy la dimensión nacional sido tan inadecuada para que puedan cumplir su misión.

3.8. En efecto, si convenimos que la globalización y el mundialismo supone una pérdida de libertades (a favor de los intereses de los consorcios, los cárteles y el poder financiero, incompatibles con una democracia plena y con cualquier forma de soberanía e identidad nacional), habrá que apoyarse en alguna estructura actualmente existente capaz de servir como barricada. En el momento actual, esa estructura solamente puede ser el Estado-Nación. Pero ya hemos demostrado que su inadecuación estructural y sus dimensiones comprometen a medio plazo esta tarea de contención.

3.9. Así pues, de lo que se trata es de encontrar fórmulas sustitutorias al Estado-Nación que sirvan, no solamente para contener las consecuencias últimas de la globalización, como en la actualidad, sino para atajar de una vez por todas, este fenómeno asfixiante
. Porque el hecho es el siguiente: si de lo que se trata es de vencer a la globalización y generar un criterio de organización del mundo que suponga mayores niveles de racionalidades y respeto por las identidades de los pueblos, así como erradicación de los valores enfermizos de la corrección política, el marco de referencia ya no puede ser el Estado-Nación, el cual, solamente puede cumplir una función defensiva y dilatoria en las actuales circunstancias, pero, como hemos visto, carece de dimensión suficiente para ir más allá, especialmente porque su debilidad es creciente. O dicho de otra manera: el Estado-Nación no sirve para guiar el futuro y, por tanto, hay que pensar en nuevas fórmulas.

3.10. El Estado-Nación es una forma de organización de las comunidades que corresponde a los siglos XIX y XX, pero, antes han existido otras formas, de la misma forma que actualmente es necesario otro modelo organizativo que vaya más allá y responda a las exigencias del siglo XXI… y no a las de las élites económicas y a los intereses del sistema económico globalizado y de sus redes mundialistas. Ahora sabemos qué es la Nación-Estado, aquí y ahora (una estructura provisional defensiva que no puede ni conviene desarmar, fracturar, ni debilitar, pero que tampoco puede prolongarse indefinidamente por sus limitaciones e impotencia), pero se trata de saber
  • a) Qué ha sido la nación en los siglos XIX y XX y qué formas han sido las que le han precedido.
  • b) Qué posibles alternativas existen a la Nación-Estado

4. ¿Qué es el Estado-Nación y cómo irrumpe en la historia?

4.1. Históricamente, la nación aparece en la historia a finales del siglo XVIII y se consolida en el XIX como una síntesis de los principios de la Revolución Francesa y del Romanticismo Alemán. Antes del Estado-Nación, existía el “reino”. El “reino” era la entidad política dirigida por un rey que no se identificaba necesariamente con un Estado. De hecho, varios reinos, con estructuras políticas diferenciadas, podían estar bajo la misma “corona” (caso del Reino de Aragón que incluía al Reino de Aragón, al Reino de Valencia, al Reino de Mallorca y a otras entidades políticas que no tenían el rango de reino como los condados que formaban el “principado de Cataluña”. También era posible que una monarquía (la católica o hispánica) agrupara a distas coronas (la de Castilla y la de Aragón, junto a entidades menores como los territorios de Italia o de los Países Bajos). También podía darse la circunstancia de que la unión de varios reinos, coronas y territorios conquistados dieran lugar a un Imperio. Es evidente que estamos hablando de la Edad Media y de formas y estructuras que estuvieron vigentes hasta la Revolución Francesa.

4.2. El nexo de unión entre los territorios de un Reino, sus habitantes y sus estructuras de gobierno estaba constituido por sus lazos de lealtad libremente contraídos con la figura del rey, el titular de la dinastía. Algunas monarquía, como la española, la francesa o la inglesa, estaban vinculadas directamente al cristianismo y, por tanto, la ceremonia de entronización o coronación, implicaba el establecimiento de un vínculo sagrado que permitía admitir que su poder se justificaba en Dios como anteriormente, el poder de los faraones o de los césares de Roma o cualquier otra forma de monarquía se justificaba en función de principios de carácter metafísico. Por eso en el corpus maurrasiano que contribuyó a renovar el pensamiento monárquico a principios del siglo XIX, bajo el nombre de “nacionalismo integral”, se insistía en que el factor de unión de algunos países europeos era “la religión y la monarquía”.

4.3. La monarquía, en su forma occidental, ha atravesado tres fases perfectamente diferenciadas:
  • a) La monarquía tradicional.- El rey era el primus inter pares de la nobleza. Gobernaba a través de los nobles organizados en una escala jerárquica (barones, condes, duques, marqueses) cada uno de cuyos escalones gobernaba una porción de terreno y estaba obligado a determinadas servidumbres hacia el monarca, de la misma forma que cada miembro de esta nobleza contraía y por el hecho de formar parte de esa casta obligaciones hacia sus súbditos y derechos. El Estado era prácticamente inexistente en su configuración actual.
  • b) La monarquía absoluta.- Cuando las monarquías empiezan a abordar grandes proyectos políticos precisas obtener fondos ingentes y en estas situaciones surgen fricciones con los nobles locales: poco a poco, las monarquías van avanzando y recortando prerrogativas y niveles de autonomía a la nobleza, concentrando poderes y forman el embrión de las estructuras del Estado. La nobleza pasa de detentar el poder efectivo en las regiones y en las comarcas o ser simplemente un título de prestigio. A medida que este proceso se va acelerando la monarquía tradicional se convierte en monarquía absoluta. El monarca ejerce el poder sin restricciones, el rey es a la vez cabeza del gobierno (soberano), principal legislador (por su voluntad) y la cúspide del poder judicial (del que dependen los jueces locales). Se justificaba mediante la fórmula “todo el poder viene de Dios”: se consideraba que el “poder” era uno y no podía dividirse, por tanto, el monarca lo detentaba en exclusiva y su papel estaba por encima de cualquier organismo que pudiera existir.
  • c) La monarquía constitucional.- Cuando a finales del siglo XVIII, se produce la crisis del “antiguo régimen” y se establece el principio de la división de poderes, la monarquía queda como un organismo de continuidad. El rey, inicialmente, acepta compartir primero y delegar después el poder con el parlamento en función de un contrato o “constitución” que determina la dinámica de funcionamiento del reino y los principios por los que se rige. La figura del rey queda como una mera representación simbólica con el principio de “el rey reina pero no gobierna”. El gobierno ejecutivo corresponde al gobierno, el poder legislativo corresponde al parlamento, el poder judicial corresponde a los tribunales y el papel del rey pasa a ser sólo representativo.

4.4. La forma Estado-Nación aparece en la historia de Europa en 1648 después de la Paz de Westfalia que pone fin a la Guerra de los Treinta Años. Ese conflicto es el que ha marcado el final del tránsito de la monarquía tradicional a la monarquía absoluta que se irá reforzando y extremando hasta 1789 cuando estalle la Revolución Francesa. El proceso no se dio de un paso: las monarquías tradicionales pasaron, en primer lugar, a ser autoritarias, y en un segundo paso se convirtieron en absolutas. Mientras la monarquía tradicional era orgánica y jerárquica, garantizando en todos sus escalones un juego de derechos y deberes regulados por “fueros” particulares, en las fases siguientes se produjeron procesos de centralización y nivelación. El período que transcurre entre 1648 y 1789 viene acompañado por un proceso de maduración de ideas en el que destaca la aparición de pensadores como Hobbes y especialmente Rousseau, el trabajo de la Ilustración y, en su última fase, las especulaciones de la masonería norteamericana en torno a la independencia de las colonias que contagiaron a las masonerías europeas, convirtiendo a ésta institución en el motor y fermento de las revoluciones liberales.

4.5. El Romanticismo Alemán que había sido anunciado por Johann Gottlieb Fichte durante las guerras napoleónicas, con su Discurso a la nación alemana (1808) sentó las otras bases doctrinales de la Nación-Estado. Este libro, dedicado a los españoles que se habían alzado contra la presencia francesa el 2 de mayo, hacía de la nación y de la exaltación nacional, elemento emotivo y sentimental, la base de su arquitectura. Esto implicaba basar la “historia nacional” sobre ejemplos y mitos del pasado (en el caso de Fichte sobre el Imperio Romano-Germánico). De ahí emanó el “principio de las nacionalidades” según el cual toda comunidad humana que dispone de un idioma propio es, por este mero hecho, una nación y tiene derecho a un Estado para organizarse. La creación del Reich alemán por Bismarck y la unificación italiana de Cavour, Mazzini y Garibaldi, así como las luchas de liberación de los Estados balcánicos contra el Imperio turco a lo largo del siglo XIX, supusieron la confirmación de estos principios que, por lo demás, tuvieron un alcance universal cuando el presidente Wilson los hizo efectivos después de la Primera Guerra Mundial.

4.6. Cada una de las formas de organización de las comunidades ha estado siempre vinculadas a un grupo social hegemónico. La monarquía tradicional es el resultado de la hegemonía de la casta guerra y de su alianza (más o menos tirante y no exenta de crisis) con el poder religioso. Cuando la nobleza fue perdiendo fuerza, la monarquía absoluta se amparó cada vez más en la religión. En el momento en el que la burguesía se fue configurando como clase hegemónica, se produjo la ruptura, bien hacia las repúblicas que habían sido ideadas en los foros culturales y de debate de la burguesía (las logias masónicas especialmente) o bien hacia las monarquías constitucionales. Charles Maurras se dio cuenta de que, cuanto más se abandonaban los rasgos de las monarquías tradicionales, más entraban en situación de crisis e inestabilidad interior, los Estados-Nación surgidos de la transformación de las monarquías absolutas en repúblicas o en monarquías constitucionales. Por tanto, propuso volver a los orígenes y de ahí su reconocimiento de que la iglesia y la monarquía “han hecho a Francia” (y, por extensión, a cualquier otra nación de nuestro entorno geográfico y cultural.

4.7. Este análisis, por sucinto que haya sido, demuestra que la fórmula Estado-Nación no es eterna: ha tenido un antes y un después. Los pueblos de la Península Ibérica, por ejemplo, han sido considerados como territorios del Imperio Romano con distintas divisiones en momentos diferentes del mismo, antes habían sido el territorio de distintas tribus de carácter celta o íbero, luego fueron territorios gobernados por la monarquía visigoda que incluyó hasta su desplome territorios de la Septimania francesa y antes de la batalla de Vouillé, el espacio del Languedoc comprendido de Toulouse. La idea de reconstrucción del Reino visigodo estuvo presente en los reinos peninsulares surgidos de la Reconquistas cada uno de los cuales admitía un origen y un destino común. Desde 1492, con los Reyes Católicos, se alcanzó el objetivo histórico propuesto ocho siglos antes. Se mantuvieron las soberanías, normas e instituciones de cada reino y corona y se estableció una única política exterior marcada por los enlaces matrimoniales con varias dinastías europeas (especialmente con los Habsburgo). Sucedieron la España Imperial y luego la monarquía absoluta tras la guerra de sucesión que entregó la corona de España a la dinastía Borbón, trasladando el proceso uniformizador y nivelador a España. Tras las guerras napoleónicas, vino la España liberal, las restauraciones, los espadones del siglo XIX, las repúblicas, el autoritarismo franquista, la democracia… España solamente puede considerarse Estado-Nación a partir del siglo XIX, tras la Constitución de Cádiz y, mucho más durante el trienio liberal (1820-1823). Los procesos que se dieron en otros países vecinos afectaron al nuestro pero la España que conocemos es la que nació del siglo XIX.

4.8. Este rapidísimo análisis histórico demuestra que España, entendida como Estado-Nación, ha constituido un momento de nuestra historia, pero en absoluto la totalidad de la misma: el reino visigodo de Toledo difícilmente sería comparable con la monarquía constitucional de nuestros días, el Imperio de los Austrias nada tiene que ver con el reinado absolutista de los Borbones, la España liberal no es ni por asomo la de la monarquía tradicional. España ha cambiado de concepto o de fisonomía en muchas ocasiones y, sin duda, volverá a cambiar. De lo que se trata, ante esta eventualidad, es de tener preparado un proyecto sustitutorio.

4.9. Cuando alguien está en un tramo medio de una escalera siempre puede tender a subir un peldaño o a descender. Puede avanzar hacia lo alto o bien descender a niveles cada vez más bajos. Otro tanto les ocurre a las naciones en su devenir histórico
. Si trasladamos la perspectiva histórica que hemos enunciado antes a los distintos peldaños de la escalera, veremos que nos encontramos hoy en un escalón intermedio, la fórmula Estado-Nación, del que hemos dicho que ya no responde a las exigencias históricas del siglo XXI, como la monarquía visigoda del siglo VIII era imposible de trasladar al siglo XIX. Ahora bien, podemos descender un paso más o bien subir un peldaño y alcanzar una nueva situación de plenitud histórica, progreso social y reconquista de soberanía política y cultural.

4.10. Entendemos que la peor desgracia que podría ocurrirle a la historia de España en el momento actual sería ver como cristalizan los procesos de centrifugación iniciados en 1979 con la aprobación del “Estado de las Autonomías”
. A diferencia de los “fueros” medievales concedidos por muestras de lealtad a la Corona, los Estatutos de Autonomía tuvieron un techo más o menos alto, según la presión de los “nacionalistas” periféricos. Éstos, eran conscientes de que después de los 40 años de franquismo –que, curiosamente, adoptaron en este terreno un jacobinismo impropio y estuvieron muy lejos de la España Foral que proponía una de las componentes que había dado lugar al régimen (el tradicionalismo carlista)- optaron por presionar para que la “oposición democrática” condujera a un régimen constitucional en el que la autonomía vasca (por el terrorismo etarra) y la catalana (por la pujanza industrial de la región) tuvieran un peso decisivo en Madrid. Luego vino el “café para todos”, exigido por otras regiones y, más que por las regiones, por los partidos políticos que gobernaban en ellas. Treinta y cinco años después, primero el PNV y después el independentismo catalán, se quitaron las máscaras autonomistas y exigieron la independencia, proponiendo alternativas “confederales”. Dichas alternativas son rechazables por tres factores:
  • 1) El tiempo de la Nación-Estado pertenece al pasado, cualquiera que sea su “dimensión nacional”. Y en cuanto a la posibilidad de romper una nación para luego federarla, la historia no ha contemplado ningún caso de una Nación-Estado que se desintegre en algunas de sus partes constitutivas, para luego, acto seguido, reintegrarse armónicamente como socios de una federación o de una confederación.
  • 2) Destruir las Naciones-Estado actuales, para construir con ellas mosaicos cada vez más pequeños, no parece la mejor opción para combatir a la globalización. Antes hemos dicho, que las Naciones-Estado, a pesar de su inadecuación creciente y de sus debilidades actuales, son, hoy por hoy, la única barricada provisional contra la globalización, romperlas es solamente garantía de que sus fragmentos resultantes aún estarán en peores condiciones para afrontar la apisonadora mundialista y globalizadora.
  • 3) En los proyectos nacionalistas catalanes y vascos de los últimos cuarenta años no se percibe ningún objetivo histórico, político o social ambicioso: el único proyecto se limita a definir una fotocopia reducida de la Nación-Estado, adaptada a los límites regionales y ver en la independencia nacional un objetivo en sí mismo. Ni existe proyecto, ni existe noción alguna de misión histórica, sino simplemente la recuperación de decimonónico “principio de las nacionalidades” como justificación y fin. No hay nada más allá de un objetivo pequeño-burgués y casi mezquino.

4.11. Así pues de lo que se trata no es de pasar de un estadio provisional –la Nación-Estado- a una situación aun más inadecuada a la realidad del siglo XXI. Se trata de todo lo contrario: de encontrar una fórmula que permita abrir nuevas perspectivas en tres niveles:
  • a) La consolidación de un proyecto histórico identitario y de rencuentro moral con nuestras raíces.
  • b) Una situación de progreso y estabilidad económico-social para nuestra sociedad.
  • c) Presencia en el proceso de reordenación multilateral del mundo.
  • Ahora bien, para abordar las distintas posibilidades de un proyecto de reforma integral de nuestra Nación-Estado será necesario que conozcamos cuál es el exactamente el momento actual de la política española y los principales desafíos que tiene la nación ante la vista.

5. Los problemas político-sociales-culturales de la Nación Española en 2018
Un rasgo característico de nuestra historia es que los problemas han sido acumulables: nunca han terminado de resolverse del todo. Así pues, los problemas que en estos momentos y en los próximos años está afrontando y deberá afrontar el Estado Español tienen orígenes muy diversos: en unos casos se remontan a nuestra propia historia y están presentes desde el año crucial de 1492, otros, en cambio, derivan de los dos ciclos históricos de la modernidad: el de los 40 años de franquismo y el, más reciente, de 40 años de democracia. Finalmente, nuestro país debe afrontar algunos problemas en las mismas condiciones que cualquier otra nación europea. La gravedad e intensidad de todos estos problemas parece bastante clara. Lo nuevo es que, nunca como ahora han estado presentes y con tal intensidad en lo que puede considerarse como una “convergencia de catástrofes”, cita que parece ineludible en las próximas décadas.

5.1. Problemas derivados de nuestra historia

5.1.1. Desde Carlos I, España está gobernada por dinastías de origen extranjero
Después de los Reyes Católicos, la buena noticia fue que la Corona de las Españas fue a parar a Carlos I con quien se inaugura la dinastía Habsburgo y con ella el período Imperial. La mala noticia es que la orientación “europea” fue siempre connatural a esta dinastía y convirtió la colonización de América en una tarea que, objetivamente, servía para financiar la hegemonía habsbúrgica en Europa. Cuando, tras la Guerra de Sucesión, los Habsburgo fueron sustituidos por los Borbones, España cayó en el área de influencia de Francia. Esta puntualización es importante para entender lo que ocurrió después: por mucho que el pueblo español siguiera en la mayor parte de su historia siendo leal a la Corona, lo cierto es que siempre desde el primer momento existió un desfase entre las posibilidades de ese pueblo que, había acabado agotado la conquista y esperanzado con la colonización de América, y la voluntad de unos monarcas que eran formalmente “españoles”, pero que no habían asimilado completamente la experiencia histórica de nuestro pueblo. Lo que podía intuirse con los Habsburgo, quedó confirmado con los borbones que siguieron.

5.1.2. Indefinición sobre el carácter del “poder español”: potencia naval o potencia continental

El principal problema histórico de España ha sido la indefinición entre “potencia marítima” y “potencia continental”. Geopolíticamente, ningún país puede ser –ningún país ha sido las dos cosas al mismo tiempo. Es preciso elegir si una nación (o un Imperio) serán “oceánicos” o “continentales”. De ello depende todo: sus políticas internacionales, la educación de sus ciudadanos, las iniciativas económicos, incluso la estructura del Estado (los países oceánicos desembocan en potencias comerciales, los países continentales desarrollan fuertes estructuras estatales). La España de los Habsburgo intentó ser ambas cosas y otras, ocurriendo lo que podía preverse: se desgastó en las guerras europeas, desatendió el nexo con América, se embarcó en guerras de religión con protestantes y anglicanos y tuvo un ojo en Europa y el otro en América, agotándose en apenas dos generaciones su potencial expansivo. La sustitución de los Austrias por los Borbones no logró superar esa contradicción.

5.1.3. El objetivo imperial superior a las energías nacionales

Antes de la tarea civilizadora romana, España estaba poblada por infinidad de tribus que, a diferencia de Francia o de las islas británicas, apenas tenían nexos comunes, vinculaciones entre ellas, ni reconocían una autoridad superior, política o religiosa. La presencia romana generó una clase política dirigente homogénea (“hispano-romana”) a la que luego se superpusieron los visigodos. El factor religioso y sobre todo la memoria de la unidad del Reino Visigodo de Toledo, fue el factor que animó a los distintos núcleos iniciales de la Reconquista: ocho siglos de combates y tensión bélica. Al coronarse la Reconquista con la Toma de Granada: España estaba agotada por estos siglos de combate. La posibilidad de ampliar “la catolicidad” hacia América y, luego, la monarquía de Carlos I, supuso la introducción de una misión y un destino histórico para el que la población española, que había conservado el individualismo y el cantonalismo del período pre-romano, no estaban preparados. La monarquía de la época no fue consciente de los límites del pueblo español, de su individualismo y de la realidad de las energías nacionales que podrían orientarse, como se ha dicho, hacia América o hacia Europa, pero no en dirección a las dos. De ahí la brevedad del “período imperial”  que no fue la “obra de todo un pueblo”, sino solamente la voluntad de sus élites dirigentes, políticas o religiosas, y de una casta guerrera forjada en los siglos de la Reconquista.

5.1.4. Una aristocracia densa y una burguesía que llegó tarde

En 1492, España entra en la “edad moderna”, pero buena parte de su clase dirigente se ha forjado en la Edad Media y pertenece a la aristocracia del blasón. En la modernidad, la medida de todas las cosas, es el crecimiento económico y el bienestar de la población. Lo primero surge, o bien de la actividad comercial (en los primeros siglos de la “edad moderna”, o bien de la inversión de capitales en la industria. Lo primero quedó en España limitado por las guerras que obstaculizaron el comercio español, estando a punto de cortar el cordón umbilical con el Nuevo Mundo. En cuanto a lo segundo, la aristocracia española era la única clase que disponía de bienes y excedentes suficientes para apostar la industria y la comunicación: y no lo hizo. Desde el siglo XVI la figura del “hidalgo empobrecido” o del “noble ocioso” eran significativos de la inadecuación de nuestra aristocracia al tiempo nuevo. Esto hizo que al llegar el siglo XIX España tuviera dificultades en disponer de una burguesía coherente y fuerte que pudiera hacerse cargo de la gobernabilidad del país. De hecho, esta burguesía no apareció sino a partir de 1959 en el franquismo. Esto explica la inestabilidad y la turbulencia social de los 150 años anteriores.

5.2. Problemas derivados de los cuarenta años de franquismo

El franquismo asume las riendas de la nación después de lo que Ramiro Ledesma calificara como “pirámide de fracasos” y que abarcaba los 200 años anteriores. Todavía no se ha realizado un análisis objetivo sobre el papel del franquismo en España que, en realidad, constituyó una forma clásica de concentración de poderes y restricción de libertades públicos para conseguir estabilidad, capacidad y tiempo para planificar el desarrollo económico, con el objetivo de recuperar el atraso de esos 200 años: concentrar poder político y limitar libertades para realizar un salto económico.

5.2.1. Un modelo económico con demasiado ladrillo y turismo
La autarquía de los años 1939-1959 terminó con la Ley de Inversiones Extranjeras en España que introdujo lo que en España no existía en aquel momento: capitales necesarios llegados del extranjero para lograr la financiación del “desarrollo” en los años 60. Hay que reconocer que el franquismo procuró que el desarrollo español fuera homogéneo (promocionando “polos de desarrollo” en regiones atrasadas y procurando el establecimiento de una industria diversificada, con un fuerte sector público y una banca pública –alimentada con capital extranjero- capaz de financiarlo. El problema fue que la necesidad de disponer de divisas hizo que algunos sectores empezaran a recibir más atención que otros: se trataba de dos sectores con bajo valor añadido, turismo y construcción, en los que, además, se concentraban empresarios poco imaginativos, en absoluto originales e incapaces de afrontar y entender el período que se avecinaba.

5.2.2. Un modelo de Estado autoritario ligado al centralismo
Si España hubiera tenido que seguir afrontando la inestabilidad que se dio en los cinco años previos al estallido de la guerra civil y si la República hubiera prolongado su existencia con gobiernos que solamente en una ocasión superaron los 250 días de estabilidad, España no hubiera podido conocer el desarrollismo de los años 60 que nos introdujo, verdaderamente, en la modernidad y volvió a hacernos competitivos, especialmente en algunos sectores. Pero este desarrollismo solamente fue posible con la instauración de un gobierno autoritario con capacidad para planificar a medio plazo y que no estuviera sometido a crisis de gobierno, elecciones cada cuatro años. Hubo desarrollo rápido porque hubo un Estado autoritario y centralizador. Cuando durante la transición liquidó al franquismo, la autoridad política y el centralismo quedaron arrojados al foso de los leones y se convirtieron en estigmas.

5.2.3. Un modelo económico liberal para un modelo político antiliberal
A pesar de sus connotaciones autoritarias, el franquismo, especialmente a partir de 1960, tendió a generar un sistema económico en el que el mercado fuera el elemento central, mercado intervenido, pero mercado al fin y al cabo. Lo que implicaba generar el embrión de una economía liberal bajo la tutela de un Estado autoritario. Cuando el sistema económico, a la vista de la buena marcha de su desarrollo, precisó conquistar mercados en el exterior, el poder económico (liberal) y el poder político (autoritario) entraron en contradicción. Las necesidades del capitalismo español para entrar en Europa fueron –entre otros- el desencadenante de la transición. La contradicción entre sistema político y sistema económico se saldaron a favor del segundo. La economía venció sobre la política y ese combate se resolvió durante la transición.

5.2.4. Un modelo cultural excesivamente ligado al destino de la Iglesia
En 1936, cuando se produjo el alzamiento franquista, buena parte de las consignas eran de carácter religioso (el mero hecho de que la contienda fuera considerada como “cruzada” es significativo). A partir de 1943, cuando la suerte de las armas fue desfavorable al Eje, Franco relevó del poder a los ministros de origen falangista y los sustituyó por nacional-católicos procedentes de Renovación Española. Este grupo estuvo controlando los resortes del franquismo hasta 1956 cuando empezaron a ser urgentes las soluciones tecnocráticas y se firmaron los acuerdos con los EEUU. Los católicos en todo momento siguieron teniendo importancia dentro del régimen que, no solamente era católico, sino que había “consagrado España al Corazón de Jesús”. Se trataba pues de un Estado confesional. Pero el franquismo no podía prever cuáles iban a ser los desarrollos de la Iglesia en los años que siguieron: tras cerrarse el Concilio Vaticano II, fracasaron los intentos de adaptación de la Iglesia a la nueva realidad mundial y ésta empezó a perder influencia social y fuerza en los países europeos, entre ellos España (y, probablemente, más en España que en ningún otro país). El franquismo había adoptado un punto de vista cultural que estuvo ligado a una forma del catolicismo que, en realidad, desapareció al cerrarse el Concilio Vaticano II: entonces el franquismo sintió el vacío bajo sus pies.

5.3. Problemas derivados de los cuarenta años de democracia

Lejos de resolver los problemas anteriores, la transición democrática supuso un nuevo pacto de convivencia en el que, simplemente, se soslayaron los problemas heredados –acaso porque la clase política de la época- era de muy escasa talla y se convino hacer tabula rasa mediante “consensos” que, al no tener en cuenta los problemas del pasado, generaron otros nuevos que vinieron a superponerse a los ya archivados antes de su resolución. España prefirió engañarse con el señuelo de la convivencia y la perspectiva de un nuevo conflicto civil; antes que reconocer los problemas reales presentes en nuestra historia, optó por una fuga hacia adelante.

5.3.1. Sustitución del centralismo por el Estado de las Autonomías
El centralismo no era la solución, claro, pero los estatutos de autonomía que, inicialmente debían establecerse para regiones en las que el tema había estado presente durante la Segunda República, se extendieron rápidamente a todas, incluso a aquellas en las que ni existía conciencia autonómica ni mucho menos demanda de un estatuto. El resultado fue el llamado “Estado de las Autonomías” en el que los nacionalistas catalanes, especialmente, presionaron para convertirse en árbitros de la situación a nivel nacional apoyando a gobiernos de derechas o de izquierdas cuando no tenían mayoría absoluta en el Parlamento del Estado, a cambio de prebendas, privilegios (en especial que el Estado mirara a otro lado ante sus corruptelas). Por otra parte, los nacionalistas catalanes que se presentaron como “colaboracionistas”, en realidad, como Macià en los años 30, consideraban que el “estatuto” era una constitución regional que pronto transformaría a su autonomía en “Estado”. Durante 40 años se fueron convenciendo más y más de esta quimera, especialmente cuando ni conservadores ni socialistas argumentaron nada en contra de la consideración de Cataluña como “nación”… siendo el destino de toda la nación la independencia.
5.3.2. Una izquierda marciana
La izquierda española, desde los orígenes de la transición o estuvo a la altura y se resintió de las sucesivas recomposiciones de la izquierda mundial. Primero el PSOE renunció al marxismo y optó por el campo socialdemócrata que utilizó para situarnos dentro de la OTAN y protagonizar una mala negociación con la UE. En una segunda fase, con el zapaterismo, sufrió una reconversión interior, hacia posiciones “humanistas y universalistas”, cuando ya estaba claro que la socialdemocracia era pura ficción y que, a la hora de la verdad, el PSOE escoraba del lado de la banca, del mundo de los negocios neoliberales. Para justificar su opción favorable a la globalización, Zapatero insistió en ideales “universalistas” y finalistas que se convirtieron en su mantra (era la ideología promovida por la UNESCO más que por la socialdemocracia) y justificantes para permitir la entrada de 4.000.000 de inmigrantes, realizar una regularización masiva y ultrasubvencionar el fenómeno, al mismo tiempo que se hacía eco de la “memoria histórica hemipléjica”, de las ideologías de género y de actitudes buenistas que hoy son patrimonio de toda la izquierda española, instalada en la defensa de inmigrantes, de minorías, en lo que supone un nuevo enfoque del “progresismo” y un alejamiento de los problemas reales que desde la crisis de 2007, han evidenciado la carencia de soluciones por parte de la izquierda.
5.3.3. Una derecha ambigua
Lo peor del conservadurismo actual es que no ha advertido que carece de elementos a conservar y que él mismo ha renunciado a su patrimonio histórico en su intento de ampliar hacia el centro su electorado. Solamente en materia de política internacional, el conservadurismo sigue la línea “pro-occidental” iniciada en 1956 (que es idéntico al del PSOE). Desde hace décadas la derecha ha dejado de mirar a la patria, a la nación y a la propia historia, para convertirse en otro factor del movimiento globalizador. Si en la izquierda esa tendencia se justifica en función del “universalismo”, en la derecha se hace por motivos económicos: ¿qué es hoy la derecha española? Los defensores del liberalismo económico que habrían privatizado la sanidad, antes que defensores de un “capitalismo social”; los defensores del Estado de las Autonomías que quieren justificar hasta el final su idoneidad (cuando el fracaso es cada día más evidente); los grandes silenciosos ante los problemas planteados por la izquierda (memoria histórica, universalismo e ideologías de género); defensores de la constitución negándose a reconocer que es un texto que debería ser revisado en profundidad; partidarios del orden que carecen de fuerza y decisión suficientes para defenderlo más allá del “cúmplase la ley”.
5.3.4. Quiebra de las instituciones tradicionales
España es hoy una nación estructurada y fundamentada en el vacío: la única nación europea que se muestra incapaz de establecer y enseñar en las escuelas una “historia nacional”, en donde los consensos tomados en 1976-77 no alcanzaron –no podían alcanzar- acuerdos sobre nuestros orígenes (por tanto, olvidémoslos…). La crítica de la izquierda al franquismo y el pragmatismo de la derecha hicieron que, una tras otra, fueran cayendo las instituciones tradicionales: la familia, en primer lugar. Tener hijos, formar una familia, educarla, era “facha”, retrógrado y reaccionario desde la subida al poder de los socialistas. La Iglesia cayó de su pedestal por sus propios méritos. La monarquía, la otra institución tradicional, se convirtió en un adorno primero, material para la prensa del colorín, y hoy, ni reina, ni gobierna, simplemente está de figurón como pueden estarlo los leones de las Cortes. Los mismos municipios se convirtieron o bien en megalópolis polucionadas, faraónicas y mal gestionadas, o bien en polos de atracción turística o, simplemente, se despoblaron. La misma sociedad civil se fue descomponiendo, el asociacionismo dejó de interesar: el español se refugió en su aislamiento e individualidad. Queriendo ser “moderno” perdió todos los puntales que históricamente le habían servido de “agarres”: incluso la misma sensación de Estado y de Nación unitaria.  
5.3.5. Una muy mala integración en la periferia de Europa
Hubo democracia porque el capitalismo español y los inversores extranjeros precisaban ese marco político que permitiría la “integración en Europa”. Previamente, el stablishment occidental hizo pasar al PSOE por las horcas caudinas de la OTAN. Superada el amargo trance ya no hubo obstáculos para “ser europeos”. Y fue entonces cuando el PSOE mostró su valor: Felipe González y sus ministros de asuntos exteriores y economía, deseosos de “entrar en Europa” aceptaron condiciones draconianas, ausencia absoluta de garantías de futuro, aceptaron sacrificar parcelas enteras de nuestra economía, a cambio de unas migajas en forma de “fondos estructurales” (una parte de los cuales terminó en sus bolsillos y en los de sus amigos). España entró en Europa como país “periférico” y de segunda. Se le otorgó el rango de “paraíso turístico” y futuro geriátrico de Europa”. Se liquidaron altos hornos e industria pesada, minería, astilleros, cambiaron paisajes industriales de todo el país. Ni siquiera el campo español mereció un trato preferencial tal como demuestra el que cada vez la UE realice más importaciones extracomunitarias en detrimento de la producción española ¡y sin que ni gobiernos de derechas ni de izquierdas chisten! Por otra parte, la UE dejo de ser entre 1989 y 2000 el proyecto de lograr una Europa unida, fuerte e independiente, para pasar a ser una pieza más de la economía mundial globalizada… lo que aceleró aún más la deslocalización industrial que se superpuso a la “reconversión” de finales de los 80.
5.3.6. Quiebra de la enseñanza y de la cultura
En 1975, la Ley General de Educación aprobada en los últimos años del franquismo había supuesto introducir presupuestos vagamente progresistas en el sistema educativo español. Las sucesivas reformas y leyes que la sustituyeron desde la transición, cada una de ellas, ha supuesto una nueva fuga hacia adelante en la decadencia primero y degradación después de la enseñanza en nuestro país. El hecho de que la red pública estuviera completada por centros concertados que, a cambio de una subvención que permitiera su existencia, debían de adoptar planes de estudios y sistemas de enseñanza dictados por el gobierno, agravó el problema. Que encontró dificultades crecientes hasta devenir lo que es hoy: un mero sistema de almacenamiento de niños y adolescentes mientras sus padres trabajan. Desaparecieron asignaturas que estimulaban la memoria y la imaginación, cayeron en picado otras que podían suscitar enfrentamientos entre derecha, izquierda y nacionalismo. Para colmo, el sistema de enseñanza quedó roto en un mosaico de 17 autonomías cada una con sus especificidades y sus preferencias. Luego vino la inmigración masiva y la integración de alumnos que ignoraban incluso la lengua española en aulas, ralentizando el avance didáctico. Todo esto unido hizo que distintos estudios realizados por instituciones europeas nos sitúen a la cola de Europa en cuestiones de enseñanza.
5.3.7. Mala calidad de la clase política
Los problemas heredados de nuestra historia, incluso “el macizo de la raza” (la apatía y el individualismo consuetudinarios al pueblo español) hubieran podido ser conjurados por una clase política que hubiera entendido en los años de la transición la necesidad de encontrar una “misión y un destino” para España. Cuando los pueblos han agotado su impulso vital, es posible que queden élites en cuyos cerebros ardan sueños de futuro. Pero lo que nos encontramos en 1976 fue, por un lado una clase política heredera del franquismo que se reconvirtió durante la transición haciendo gala de altos índices de oportunismo sin principios, y por otro lado una oposición democrática que en grandísima medida, no pasaban de ser panfletos parlantes, para el que las bellas frases de “libertad, amnistía” no pasaba de ser el acompañamiento ritual a su ambición de gobierno. Y esto no hubiera sido malo de no ser porque su ambición estaba descompensada en relación a sus capacidades reales. Dotada de una común ausencia de sentido histórico y de misión de Estado, los nuevos políticos de derechas e izquierdas y nacionalistas, eran mediocres, en primer lugar, pero lo peor era la rapacidad que les acompañó siempre desde los primeros años de democracia y que facilitaba los enriquecimientos rápidos, los dobles lenguajes y el cobro bajo de mano de comisiones por obras públicas y por transferencias de dineros públicos, créditos internacionales y cualquier operación en la que estuviera en juego una peseta. Esto explica el porqué España es el país con una red mundial más densa de trenes de alta velocidad o de aeropuertos… Y lo que es peor: el parlamento se negó a legislar y endurecer las penas por corrupción administrativa y a crear comisiones de investigación capaces de establecer responsabilidades (y otro tanto hicieron los parlamentos autonómicos)

5.4. Problemas similares a otros países europeos

Si estos son los problemas que afectan casi exclusivamente a nuestra Nación, existe la presión de otros que afectan por igual a los países europeos y que España comparte dramáticamente con ellos.

5.4.1. Pérdida de identidad
Entre un 20 y un 25% de la población de Europa Occidental ha dejado de pertenecer en los últimos 25 años a los grupos etno-culturales que han construido en continente. La contrapartida a esta presencia halógena ha sido una voluntad de “integración” por parte de todos los partidos y de las fuerzas político-sociales surgidas en la postguerra. Cuando, en realidad, había que hablar de “asimilación” (adaptación de los recién llegados al escenario socio-cultural europeo), Europa ha ofrecido mano tendida e “integración” (que la integración mantuviera sus rasgos culturales y conviviera con los europeos). Para lograr este miserable objetivo, los gobiernos europeos han ido difuminando la identidad de sus naciones, a fin, además, de adaptarlo al mundialismo y a la globalización, como si éste fuera nuestro destino irrevocable y hubiera que renunciar a nuestra herencia ancestral en beneficio de una quimera igualitaria y universalista. Lo más sorprendente es que esta tendencia solamente existe en los países de Europa Occidental, los únicos que han asumido las fabulaciones mundialistas difundidas por la UNESCO.

5.4.2. Inmigración masiva
La inmigración masiva no resuelve ninguno de los problemas de Europa, sin embargo, cada año entran varios millones de extranjeros inintegrables en el marco de la UE. No es que las intenciones de algunos de ellos sean preocupantes (en lo que se refiere a la expansión de interpretaciones fundamentalistas del Corán), sino que se trata de un grupo cuya presencia se justifica únicamente para mantener bajos los niveles salariales, y la pujanza de algunos sectores económicos con el inasumible principio de “se benefician algunas patronales y pagan todos los europeos”: porque hoy la inmigración en toda Europa constituye un grupo ultra-subvencionado. Están lejos los tiempos en los que los que llegaban a Europa querían trabajar: la mayoría de los que hoy llegan lo hacen atraídos porque se les paga, simplemente, la estancia. No solamente no van a pagar las pensiones de los jubilados, sino que la pensión de los jubilados seguirá siendo baja, justamente para pagar la presencia de decenas de millones de inmigrantes improductivos, inintegrables y con intención parasitaria.

5.4.3. Baja natalidad
Las tasas de natalidad por debajo del índice de reposición, no son, desde una causa de la decadencia europea, pero sí constituye uno de los efectos de esa crisis. Las explicaciones de los demógrafos no son asumibles y, desde luego, el problema no se resuelve trayendo inmigración masiva a Europa, especialmente porque bastaría con un mejor tratamiento fiscal a la familia, con desviar las ingentes cantidades con las que se está subvencionando a la inmigración hacia el estímulo de la natalidad europea, para que el problema se resolviera. Pero la UE ha decidido que las políticas de mestizaje y multiculturalidad promovidas desde la UNESCO, son las que conviene aplicar y se niega a reconocer que la solución más simple al problema es, además, la más razonable: facilitar el que los europeos tengan hijos. España –y, concretamente, Cataluña, están en la cola de la natalidad europea (Cataluña en la cola de la natalidad mundial). Una nación y un continente así concebidos resultan absolutamente inviables a medio plazo.

5.4.4. Seguidismo hacia el “modelo americano”
Europa sigue siendo una colonia norteamericana como en los momentos más dramáticos de la Guerra Fría. La diferencia consiste en que, en la actualidad, los EEUU se encuentran en una crisis insuperable y que, a medida que se van sucediendo presidentes, se va afianzando la idea de que el “stablishment” es intocable y que, se vote a presidentes demócratas, se vote a presidentes republicanos, se vote a candidatos con aires populistas o con voluntad renovadora, nada sirve para renovar infraestructuras, cambiar hábitos históricos, rectificar líneas, poner coto a la omnipotencia del gran capital y, sobre todo, revisar la voluntad unilateralista, imposible de soportar para un país que atraviesa una crisis social cada vez más evidente. Europa sigue los dictados de la Casa Blanca y del Pentágono, sin advertir que, de la misma forma que la URSS se desplomó interiormente, los EEUU se están aproximando a una zona crítica en la que ya no hay recuperación posible.

5.4.2. Europa no es competitiva en un escenario económico globalizado
Un mercado mundial es solamente comprensible y asumible cuando existe igualdad de oportunidades para participar en él. Obviamente, un mercado con mano esclava, salarios de hambre, sin garantía ni conquistas sociales, sin derechos sindicales, está en inmejorables condiciones para competir con países en los que existe todo eso y, por tanto, los costes de producción son más elevados. En el escenario económico mundial generado por la globalización parece como si algunos países tuvieran la “bula” para competir en mejores condiciones que otros. Es el caso de China o del sudeste asiático, convertidos en “factorías mundiales”. A nadie se le escapa el riesgo que implica la deslocalización masiva de empresas europeas hacia Asia: los precios se mantendrán mientras el combustible utilizado en los transportes sea “barato”, lo que no ocurrirá siempre. Sin olvidar que la deslocalización alimentaria está generado nuevas enfermedades y problemas por la baja calidad y la falta de trazabilidad de lo allí producido. La economía globalizada es un absurdo integral que solamente beneficia a los productos financieros y a los inversores en bolsa.

5.5. La gigantesca pirámide de fracasos en 2018

La crisis económica iniciada en 2007 y no percibida hasta 2008 generó, como hemos visto, una serie de efectos perversos sobre la economías y la sociedad de toda el Estado Español, pero tuvo un efecto positivo: la actitud del independentismo catalán demostró que las cosas ya no podían seguir como hasta ese momento. Obviamente, una crisis de tal magnitud no puede resolverse con el “Cúmplase de la ley” manifestado por Rajoy, ni mucho menos multiplicando elogios hacia el texto constitucional que sirvió en 1978, pero que desde mediados de los años 80 ya estaba envejecido prematuramente cuando las fuerzas políticas, económicas y sociales que la habían dado vida empezaron a perder prestigio o, simplemente, a desaparecer. Si hasta entonces se había seguido produciendo crecimiento económico y bienestar, a pesar de que el país estuviera pésimamente gestionado y su sistema autonómico fuera inviable, gracias a la llegada de fondos estructurales, pago de la UE al desmantelamiento de nuestra industria pesada y luego gracias al crecimiento económico basado en el ladrillo, en el acceso fácil al crédito, a la inmigración masiva y a los salarios bajos (sistema creado por Aznar), a partir de 2007, cuando España dejó de recibir fondos y le tocó contribuir a pagar la integración de nuevos países del Este y, sobre todo, cuando la economía basada en el ladrillo se demostró un fiasco, empezó a ponerse de relieve la gigantesca crisis ante la que nos encontrábamos: una crisis que suponía el encuentro y el estallido de todas las contradicciones, conflictos y problemas cuya resolución había sido aplazada en los últimos 200 años de nuestra historia en lo que puede ser considerado como un “tormenta perfecta” o, como Guillaume Faye ha definido, una “convergencia de catástrofes”.

5.5.1. Una crisis del modelo económico español
Bruscamente, en 2008 nos dimos cuenta de que habíamos liquidado a bajo precio sectores enteros de nuestra economía y teníamos una nueva economía basada solamente en servicios y, el esencial, el turismo, de muy bajo valor añadido. La integración en Europa, aun siendo necesaria, no había sido el “gran negocio nacional” que se preveía: de hecho, estábamos situados en la periferia europea, no en el centro de decisiones, ni en el motor de la economía europea. Éramos un país con una economía débil y un gobierno más débil aún, un Estado fracturado en un mosaico inestable de autonomías cada una de las cuales aspiraba a una tajada mayor del presupuesto nacional. Con 8.000.000 de inmigrantes, buena parte absolutamente improductivo y en su inmensa mayoría incluidos en las bandas salariales más bajas, sino viviendo de la caridad pública. Y, lo que fue peor: en las elecciones que dieron el poder a Rajoy el candidato explicó en plena campaña que “turismo y construcción” eran las vías para salir de la crisis…
5.5.2. Una crisis del modelo económico mundial
Toda la periferia europea se vio afectada por la crisis mundial de 2007-2008. Unos países resistieron mejor que otros (Francia y Alemania) dado que constituían el “centro” de la UE y que habían diseñado una política económica y unos instrumentos (el Banco Central Europeo y el Euro) en los que ellos siempre eran los máximos beneficiarios. Pero, finalmente, la crisis económica alcanzó también al “centro del centro” europeo a causa de sus altos salarios, especialmente en Alemania. Cuando China devaluó en 2016 cuatro veces  su moneda durante el verano para ganar competitividad, la Merkel llegó a la sorprendente conclusión de que solamente lograrían que estadísticamente Alemania volviera a ser salarialmente competitiva importando dos millones de inmigrantes. La excusa fue la guerra de Siria: en lugar de llamarlos “inmigrantes ilegales” se les llamó “refugiados”. La crisis evidenció los problemas de la economía mundial globalizada y con una altísima componente financiera y especulativa: simplemente es imposible gestionar un mundo con esa estructura económica que genera inestabilidad constante a la vista de que el capital siempre busca las zonas en las que rinda mayor beneficio especulativo. La crisis de 2007-8 que, en gran medida se prolonga hasta nuestros días es la crisis de la economía mundial globalizada

5.5.3. Una crisis política
Es cierto que en 1979 la experiencia dictaba que España solamente podría salir de aquel impase mediante el consenso: el problema fue que quedaron algunas áreas mal definidas y que la transición se cerró con algunas asignaturas pendientes. Por otra parte, en los consensos no siempre se puede satisfacer a todas las partes, especialmente si algunas partes no son sinceras (como no lo fueron entonces buena parte de los nacionalistas catalanes) y si otras actúan avaladas por el chantaje del terrorismo de ETA (como hicieron los nacionalistas vascos). El hecho de que las cadenas mediáticas que promocionaron la transición entraran en crisis desde mediados de los 80, el hecho de que los consorcios económicos, nacionales y extranjeros, interesados en que España se democratizara cambiaron su fisonomía, especialmente después de la Caída del Muro de Berlín y la economía mundial adoptara un giro globalizador que no se había previsto en 1978, el hecho incluso de que el escenario internacional cambiará también, todo ello, se unió a los desajustes generados por las ambigüedades de la propia constitución, el malhadado “café para todos”, la muerte de las ideologías y la aparición en todos los partidos de políticos movidos solamente por el interés y la ambición personal. Esto generó el que la corrupción pasó a ser un mal endémico y a que surgieran –como efecto de la crisis- nuevos partidos que no iban acompañados por proyectos coherentes, sino que eran solamente la salida a la superficie de otras ambiciones no menos inquietantes y espúreas. Desde 2010 el sistema político español está en crisis y lo peor que pueden hacer todas las fuerzas políticas es negarse a reconocerlo.

5.5.4. Una crisis social
En un país con unas altas tasas de paro residual, desde hace más de un cuarto de siglo superiores al 15%, introducir inmigrantes era simplemente un suicidio se dieran las excusas que se dieran (todas falsas que encubrían la verdadera: que estadísticamente, la presencia de mano de obra importada rebajaba el valor de la fuerza de trabajo en España). Además, los salarios en España eran bajos –en la medida en que nuestra economía se basaba en sectores de bajo nivel productivo-. La política de “crédito fácil”, engañó sobre la capacidad adquisitiva real de los salarios: era posible regalarse unas vacaciones en el Caribe pagando 25 euros durante tres años y comprar un pisito con una hipoteca firmada a 40 años vista. La traición de los sindicatos hizo que los españoles no se preocupasen de lo que ocurría realmente: no sólo de lo bajo de sus salarios, sino de lo mezquino de su jubilación. La crisis económica puso el resto. Bruscamente, nos encontramos con una sociedad en la que la maternidad había caído en picado como en ningún otro país occidental, en donde las enfermedades psíquicas (en particular la depresión) y el absentismo se habían enseñoreado del mercado laboral, en el que solamente realizaban grandes negocios a la sombra del poder, los amigos del mismo o los corruptos y que el modelo económico de Aznar se había hundido y ¡nadie desde entonces fue capaz de enunciar un modelo económico de sustitución! La sociedad española se resintió: el español se refugió en sí mismo, dejó de votar “a favor” de tal o cual partido, por identificación con sus principios, y empezó a votar “en contra” de la opción que le acababa de decepcionar sin preguntarse si la siguiente no le decepcionaría también por falta de proyecto y por la baja calidad de su clase dirigente. La sociedad española terminó por atomizarse y dejar de ser un todo coherente, para convertirse en un agregado de individualidades apáticas.

5.5.5. Una crisis cultural
Si el país no estalló a lo largo de estas últimas décadas se ha debido a que, en grandísima medida ha estado anestesiado: primero fueron las televisiones privadas, en la actualidad el elemento neutralizador de la vida cultural es el porro, banalizado y convertido en remedio universal para mantener adormecida y empanada a la juventud. No sabríamos decir si la destrucción del sistema educativo ha sido deliberada o el resultado de una serie de reformas a cual más absurda que, unidas a cambios culturales y a la introducción de nuevas tecnologías, ha generado estudiantes poco interesados por lo que se les enseña en la escuela. El resultado final ha sido un 15% de ni-nis, un analfabetismo estructural creciente, una ausencia total de pensamiento crítico, la ignorancia de nuestro pasado, de nuestra historia, la ignorancia de las respuestas aportadas por la filosofía, por la literatura, por la historia, por la ciencia, a los problemas que ha afrontado la humanidad desde el neolítico y, finalmente, una pérdida de identidad.

5.5.6. Una crisis histórica
Finalmente, el “problema catalán” introdujo un nuevo parámetro: la demostración de lo inestable del Estado de las Autonomías, la imposibilidad de que la educación y la sanidad estuvieran partidas en 17 taifas, el oportunismo y la impreparación de la clase política, los problemas no resueltos en la transición e, incluso, no resueltos en los últimos 200 años de historia de España. El problema no es que el independentismo catalán pueda culminar su proyecto (inviable desde todos los puntos de vista), el problema es que el Estado no tiene fuerza ni siquiera interés en resolver la cuestión de una vez por todas. Es altamente significativo el hecho de que ni Cs, ni el PP, partidos considerados “constitucionalistas”, hayan dado una respuesta popular y política al independentismo y se hayan refugiado en el “cúmplase la ley” o en el “patriotismo constitucional”. Dicho de otra manera: si el independentismo catalán, dirigido por enanos políticos parece un fenómeno político importante (a pesar de que su único mérito haya sido exteriorizar la crisis del sistema político español y su efecto colateral romper en cuatro a la sociedad catalana) es solamente porque no existe una clase política dirigente en España capaz de asumir las riendas y plantear soluciones definitivas. Como hemos dicho, desde el punto de vista histórico, la crisis actual es el resultado de la acumulación de problemas no resueltos en nuestra historia que datan del siglo XVI, y se han ido agravando a medida que no se veían resueltos.

6. Tres salidas para un empantanamiento histórico terminal

Ante la perspectiva descrita en las páginas anteriores quedan tres opciones:
  • 1) abandonar el país y buscar horizontes mucho menos conflictivos,
  • 2) permanecer en el país en actitud de exilio interior sin preocuparse de los sucesos políticos y económicos,
  • 3) o bien plantearse hacia dónde podrían apuntar algunas soluciones, aun reconociendo que una cosa es la teoría y otra muy diferente la práctica.

Y, para ser sinceros, en las actuales circunstancias hay poco margen para poner en marcha nuevos proyectos políticos. Ahora bien, también es evidente que si antes no se enuncia un proyecto político (y, cuando más concreto, mejor), difícilmente se puede “hacer política”.

6.2. Preparar las condiciones para hacer política
La historia nos muestra que los grandes movimientos políticos surgen de la siguiente manera:
  • 1) En situaciones de crisis: pero hunden sus raíces en reflexiones doctrinales realizadas antes de la crisis.
  • 2) Un proyecto político se beneficia de un clima cultural previo: intelectuales surgidos de distintos horizontes coinciden en enunciar ideas y formas de análisis similares, pueden o no constituir una “escuela de pensamiento”, pero al menos sus intenciones terminan inspirando a una parte de la cultura de su tiempo y de su país.
  • 3) Tras ese tiempo de “fermentación”, llega la “cristalización” y esta se realiza mediante el movimiento político y, poco importa de dónde haya surgido ese movimiento político: lo que cuenta es que encontrará sus análisis y sus referencias en las sugestiones que “planean” en el ambiente cultural de su época.

Si en un país no existen intelectuales, doctrinarios, periodistas y divulgadores capaces de vulnerar la corrección política, jugarse su prestigio ejerciendo de augures unos y de Pepito Grillo otros, si no existen hombres de pensamiento que no sean capaces de nadar contracorriente, los hombres de acción, los activistas, los que tengan vocación de tribunos, basarán su acción en el vacío y ésta será, naturalmente, estéril.

Si tal es, en líneas general, la esencia de un proceso de “recuperación” y de reversión de nuestro problema histórico profundo, éste solamente podrá realizarse si se dan cuatro circunstancias:

6.2.1. Toma de conciencia de élites nacionales
Hoy, las masa permanecen, como casi siempre a lo largo de las épocas salvo en algunos instantes estelares, replegadas en lo personal, ajenas a los grandes proyectos colectivos y a las iniciativas históricas, convencidas de que su voto sirve para algo. No es a las masas a las que hay que dirigirse (las masas están ahí como testigos pasivos de la historia), sino a las élites nacionales a las que hay que dirigirse. Precisamente, el fracaso del patriotismo español en las últimas décadas ha consistido en apelar a la población, en lugar de realizar un trabajo en las élites intelectuales: está claro que todo proyecto histórico tiene una “base social preferencial” a la que hay que recurrir si se trata de adquirir la “fuerza social” necesaria para llevarlo a la práctica, pero en los momentos de arranque y en los períodos en los que se trata de arrancar un proyecto, solamente hay que dirigirse a las élites culturales y nacionales porque solamente en su mano está el crear el clima favorable para popularizar dicho proyecto entre el grupo social “preferencial” al que va dirigido.

6.2.2. Cristalización en nuevas formas organizativas
En las primeras décadas del siglo XXI nada parece tan claro como la constatación de que el “partido leninista” o la concepción fascista del movimiento político, la idea de “partido democrático”, ya han quedado muy atrás en la historia: sirvieron para alumbrar las revoluciones bolcheviques, las revoluciones nacionales de los años 30, o para llevar a políticos profesionales al parlamento, pero no sirven, desde luego, para llevar a cabo una lucha política en la época de la globalización y de las nuevas tecnologías. Así pues, un proyecto como el que tratamos de anunciar, no puede ser puesto en práctica –no debe ser puesto en práctica- por un partido convencional, sino por una formación de nuevo cuño que podemos definir como “el antipartido”. De finir las estructuras de una formación de este tipo no es el objetivo de este ensayo ni puede tener cabida en él. Simplemente, hay que considerar que nuevos proyectos políticos precisan el diseño de nuevas herramientas para llevarlos a la práctica.

6.2.3. Adopción de una moral de hierro y una ética de acero
Lo que categóricamente debe negarse desde el principio es que puedan acometerse proyectos de cierta envergadura política compartiendo el mismo tipo de mentalidad que ha estado presente en la sociedad española en los últimos 200 años o que actualmente constituye la tendencia dominante del pensamiento político: no hay caminos creativos (sino posiciones torpes y mendaces en la “correccion política”, no puede hacerse nada partiendo de las miserables “ideologías de género” muestra la pobreza de las teorías políticas contemporáneas, no vale la pena emprender un camino ya trillado por el “pensamiento único” o que se inserte dentro de la aceptación acrítica de un mundo globalizado. Nuevos proyectos, hacen necesario la adaptación de nuevas formas de ética y moral, nuevas actitudes ante el mundo y ante la vida, especialmente en estos momentos en los que la religión tradicional y la moral, tal como han sido concebidas en nuestra entorno cultural, se han replegado y carecen de influencia decisiva. De la misma forma que cualquier forma de “pensamiento soft” es rechazable, la ausencia de lineamientos morales y éticos es otra actitud a descartar. La dureza de los tiempos que se avecinan harán necesaria la adaptación de lo que podríamos calificar como “moral posthumanista”: en otras palabras, la nueva moral debe surgir de una superación y de un dejar atrás el humanismo que ha estado implícito en la cultura occidental en las últimas centurias.

6.2.4. El cambio en las condiciones internacionales
El diseño globalizador ha fracasado, pero no por ello se ha detenido. Prosigue inexorable, generando periódicas crisis y reajustes. Se diría que ya nadie está en la cabina de control del buque insignia de la globalización y tan sólo existen roces en la sala de máquinas. Da igual. El mundo es demasiado complejo y desigual para ser gestionado en función de un único proyecto mundialista. Quien lo intente, fracasará (está fracasando), al ignorar las distintas diferencias regionales, los desequilibrios en el interior de cada una de ellas, las diferencias de clase y de preparación intelectual, las particularidades antropológicas de cada pueblo que no pueden ser corregidas mediante la inserción de mitos que lograrán atenuar las raíces de los pueblos, pero no arrancarlas, porque esas particularidades están en los mismos genes. Un proyecto como el que definiremos a continuación no podría concretarse nunca en las actuales circunstancias y, para hacerlo, precisa de una gran crisis internacional y de un cambio total en las condiciones internacionales: pero este puede producirse en cualquier momento. La inestabilidad que ha introducido la globalización en el sistema mundial garantiza la desaparición de cualquier situación de normalidad y de una estabilidad prolongada.

6.3.  Iberia: El revulsivo como condición previa

La primera vez que aparece lo que actualmente es España con los que es Portugal lo hace con el nombre de “Hesperia”: un jardín custodiado por ninfas del que hablaba la mitología griega y que situada en el extremo occidente. Los griegos, consideraron que Hesperia era la península itálica; los romanos la situaron en la península ibérica. Ésta, poblada por distintas tribus, no tenía conciencia de sí misma. Desde fuera, se la veía como una unidad: el “país del gran río”, el “Hiberus fiumen”, nombre derivado del término griego Ἴβηρ (ribera). Los antiguos no hacían nada más que reconocer lo que los propios autóctonos no tenían: la conciencia de que la Península Ibérica, formaba una unidad geopolítica y no podían establecerse divisiones interiores más allá de las estrictamente administrativas. España y Portugal caminaron juntos desde la colonización romana, hasta durante las centurias visigodas y avanzaron juntas en los siglos de la Reconquista, hasta que el 13 de febrero de 1668 ambas naciones tomaron caminos definitivamente diferentes. Pues bien: en el momento en el que los actuales Estados Nación son demasiado pequeños y ya no están a la altura de los retos del siglo XXI, la reconstrucción de aquella unidad geopolítica puede suponer el revulsivo y la condición previa para que los pueblos peninsulares adopten un “nuevo curso histórico”. Hemos dicho: “condición previa”, en absoluto fin último, porque de lo que se trata es de adquirir una masa crítica suficiente para movilizar energías dormidas y crear un nuevo polo de la política mundial con un peso cultural y tecnológico capaz de rivalizar con las más avanzadas potencias geopolíticas. Eso es lo que podemos llamar, en rigor, “proyecto iberista”.

6.3. Tres posibles orientaciones

Las tres posibles orientaciones de un proyecto IBERISTA:
  • - Iberia mirando a Europa, como país de la Unión Europea.
  • - Iberia mirando a Rusia, como apéndice extremo de Eurasia.
  • - Iberia mirando a América, como Iberoamérica.

Exponer las características de cada una de estas orientaciones es lo que nos va a permitir matizar y describir esta salida histórica.

6.3.1. Iberia en Europa
  • a) Iberia en Europa, debería tener una fórmula federal, en tanto que fusión de los antiguos reinos peninsulares (Portugal, Navarra, Aragón y Castilla que se corresponden a la Iberia Atlántica, a la Iberia Cántabro-Pirenaica, a la Iberia Mediterránea y a la Iberia interior).
  • b) Esta federación seguiría dentro de la Unión Europea (en la medida, en la que, aun contando con 57 millones de habitantes, tendría por delante a Alemania (80 millones), Francia (66 millones) e Italia (62 millones), sin olvidar que el nivel de vida y capacidad económica-financiera, siendo mayor que la actual, seguiría sería siendo inferior a estos países.
  • c) Su papel no podría ser otro más que el de “moderador” y “mediador” entre los pequeños países de la EU (Chequia, Suecia, Rumania, Países Bajos, Malta, Luxemburgo, países bálticos, Irlanda, Hungría, Grecia, Finlandia, Eslovenia, Eslovaquia, Dinamarca, Croacia, Chipre, Bulgaria, Bélgica y Austria) y los grandes países considerados como motores de la UE (Francia y Alemania).
  • d) La opción de formar parte de una coalición de países de “tamaño medio” (Polonia, Italia, Iberia) que en total suman 156.000.000 de habitantes, un tercio del total, sería la única forma de lograr una reforma interior de la Unión Europea y desvincularse, progresiva, pero inexorablemente, tanto de la tutela norteamericana ejercita por medio de la OTAN, como de los canales de la globalización.

En resumen:

La unificación peninsular sería un medio para conseguir la formación de un polo con fuerza suficiente como para, junto a las naciones de tamaño medio, forzar una reforma estructural de la UE.

6.3.2. Iberia en Eurasia
  • a) La unificación ibérica resolvería el contencioso clave de la historia de España y las dudas sobre una orientación política oceánica o terrestre. En esta segunda hipótesis, la solución al problema se daría en clave continental: Iberia sería una potencia continental que, junto con el resto de países de la UE, se adscribiera al concepto “euroasiático” y se subordinaría a él.
  • b) El concepto euroasiático implica reconocer la hegemonía de Rusia en el concierto de las naciones euroasiáticas y la necesidad, por tanto, de practicar una política de amistad con el mundo islámico presente en las antiguas república soviéticas y en zonas de los Balcanes.
  • c) En la hipótesis euroasiática, Iberia y, por extensión, Europa, dejan de ser actores políticos de primera magnitud para convertirse en meros flanqueadores de la política rusa que, al menos contempla no sin cierto disgusto las líneas generales de la economía globalizada.
  • d) Dentro de esta hipótesis, el papel de Iberia sería el de constituir un puente y el nexo natural con América y con África a la vista de nuestra situación geopolítica.

En resumen:

La Iberia euroasiática, en la práctica, supondría una autonomía en relación a los EEUU para pasar a ser situarse bajo el paraguas de Rusia y estar al albur de las oscilaciones de la política rusa, sin olvidar que “Eurasia” es demasiado extensa y diversificada como para poder ser un actor geopolítico único, sino que constituiría un foco de tensiones entre los distintos polos que la componen: mundo árabe, Rusia, China, India… UE.

6.3.3. Iberia en Iberoamérica
  • a) La constitución de Iberia como reconocimiento al carácter oceánico de la nueva unidad política que pone su mirada en América y, antepone sus “políticas americanas” por delante de la “política europea”.
  • b) En la práctica, esto supondría una ruptura casi inevitable con la UE o, en cualquier caso, una renegociación (teniendo en cuenta que en cualquiera de las dos hipótesis anteriores, esta renegociación sería, igualmente, necesaria) del Tratado de la Unión.
  • c) La orientación “americana” se vería favorecida por el carácter de la mayor parte de los países del continente americano y por la pérdida de vigor del mundo anglosajón en su reducto norteamericano.
  • d) Esta orientación supondría el reconocimiento de que la “línea oceánica” de la nación portuguesa es la justa y marca el camino por el que discurrir.
  • e) Estamos hablando de un campo de aplicación de 572 millones de personas que hablan castellano y de casi 200 millones que hablan portugués. Lo que generaría uno de los “campos de aplicación” culturales y económicos más amplios de la actualidad.
  • f) En la práctica, esta opción supone la formación de un polo geopolítico, geocultural y geoeconómico autónomo con prolongaciones en zonas de África y de Asia.
  • g) Una iniciativa de este tipo se vería, además, favorecida por el crecimiento exponencial del peso “hispano” en los EEUU y por la crisis económico-social de este país que, antes o después, estallará (como estalló la URSS) víctima de sus contradicciones internas, insostenibles a medio plazo.

En resumen:

La orientación Iberoamericana supone mirar hacia el océano, adoptar una orientación marítimo-comercial, desinteresarse por el destino de la UE, tratar de formar primero alianzas y luego federaciones supranacionales y convertirse en un polo geopolítico y atlántico capaz de estar presente como actor autónomo en la esfera internacional.

6.4. Las ventajas y dificultades de cada opción

Todo proyecto, desde el momento en que es enunciado arrastra unas dificultades, unas ventajas y unos inconvenientes que es preciso tener en cuenta, especialmente si existen –como el caso del que planteamos- distintas variantes.

6.4.1. Ventajas de la construcción ibérica
  • a) Desarmar y bloquear de una vez por todos los micronacionalismos que constituyen el cáncer del Estado Español, en beneficio de un proyecto de altura y alcance infinitamente superior a la construcción de nacionalidades que no son más que fotocopias reducidas del Estado Español.
  • b) Reparar un error histórico que tiene más de tres siglos y que ha estado en el origen de muchas de las desgracias de nuestra historia y que nunca, ni España ni Portugal hayan tenido la “dimensión nacional” suficiente para afrontar los retos que aparecieron tras la Revolución Francesa.
  • c) Generar un acicate para la movilización de fuerzas, no solamente en un pequeño país, sino en una comunidad de 700 millones de personas que hablan idiomas muy parecidos y que afrontan problemas similares: empobrecimiento por la globalización, fracturación en pequeños Estados Nación.
  • d) Salir del modelo Estado-Nación vigente desde finales del XVIII con un proyecto geopolítico de alcance universal.

6.4.2. Ventajas de la orientación europea
  • a) Es el planteamiento que implica menos esfuerzos: el énfasis se coloca en el proceso de convergencia hispano-portugués en un primer momento y luego en la renegociación del Tratado de la Unión Europea.
  • b) A esta economía de esfuerzos se uniría la proximidad: Iberia quedaría enfocada definitivamente en una orientación “continental”, pudiendo aspirar a ser un puente en las relaciones con Iberoamérica.

6.4.3. Ventajas de la orientación euroasiática
  • a) Iberia se beneficiaría del paraguas protector ruso, pues, de lo que se trataría es, no solamente de encontrar una coexistencia pacífica de la UE con Rusia, sino de romper el vínculo Atlántico (OTAN) con el mundo anglosajón.
  • b) Los problemas de suministro de energía, quedarían resueltos con una entente con Rusia y el mercado euroasiático permanecería abierto para los productos fabricados en el territorio europeo.

6.4.4. Ventajas de la orientación americana
  • a) Aprovechamiento del proceso de progresión de lo hispano en los EEUU y de su presumible gran crisis política, cita ineludible de la política norteamericana en las próximas décadas. En 20 años, toda América (salvo quizás Canadá y unas pocas zonas de los EEUU) estará poblada por contingentes hispanos que imprimirán un cambio radical en la vida política y cultural de aquel país.
  • b) Renovación de los vínculos históricos que nos unen con Iberoamérica, ahora en un plano de igualdad, unido al declive de la doctrina Monroe, implicará la apertura de espacios de colaboración e interés mutuo entre Iberia y una América iberizada.
  • c) El eje Iberia-América constituiría un verdadero actor principal en la geopolítica del futuro que, por sí misma, haría imposible el proceso globalizador y extendería su área de influencia por el Atlántico y el Pacífico.

6.4.5. Dificultades de la construcción ibérica
  • a) Los resabios nacionalistas existentes entre ambos países y la desconfianza mutua, así como el hecho de que España y Portugal hayan vivido prácticamente de espaldas durante más de trescientos años.
  • b) Los nacionalismos periféricos españoles y su derivado “el Estado de las Autonomías”, con sus taifas, serían el gran obstáculo que encontraría la idea ibérica en España.
  • c) El hecho de que una convulsión de este tipo renovase la creatividad y diera un proyecto político de alcance universal a los pueblos peninsulares, no iría seguido, sino más bien boicoteado por las grandes fuerzas políticas que operan en ambos países, previendo que sus intereses quedarían lesionados.

6.4.6. Dificultades de la orientación europea
  • a) Europa es hoy un mosaico inconexo e inestable, mal gestionado e inoperante, un monstruo burocrático muy difícil de dirigir y aún más difícil de reformar.
  • b) Reformar la UE supondría buscar alianzas entre la Federación Ibérica, los países del Centro Este de Europa (Austria, Hungría, Polonia) y los partidos euroescépticos que operan en todo el continente (a pesar de sus puntos de vista dispares).
  • c) A pesar de su proximidad, los países europeos tienen problemas y orientaciones muy diferentes y están hoy muy alejados de sus raíces greco-latinas o germánicas como para aceptar un proyecto europeo unificador y desvinculado de la OTAN y de los EEUU.

6.4.7. Dificultades de la orientación euroasiática
  • a) La orientación euroasiática de Iberia dentro de una UE reformada que mirara hacia el Este consiste en que el concepto de “Eurasia” es excesivamente vago y demasiado amplio, implicando necesariamente multiculturalidad y colaboraciones entre países demasiado distantes y demasiado diferenciados como para que pudiera tener éxito. Eurasia se define, sobre todo por “no ser América”.
  • b) Iberia quedaría subsumida en una UE reformada que no impediría que terminara cayendo bajo la hegemonía rusa. No en vano, Europa es un extremo de Eurasia y, geopolíticamente, es Rusia el país que se encuentra en una situación más favorable para tener la hegemonía en ese espacio.
  • c) Desde este punto de vista, Eurasia, supondría un cambio de sentido dentro de la misma concepción: cambiar el paraguas protector de los EEUU, por el paraguas protector ruso. Una política de este tipo puede ser admisible y comprensible en Europa Central y en los Balcanes, pero no lo es tanto en el extremo oeste de Eurasia: la Península Ibérica.

6.4.8. Dificultades de la orientación americana
  • a) La distancia oceánica entre Iberia y América es el primer obstáculo: implica la creación de una flota mercante y de guerra amplia que garantice el tránsito de personas y mercancías entre ambas orillas.
  • b) En segundo lugar, los pequeños nacionalismos y las rivalidades nacionales entre países Iberoamericanos, generada por lo joven de sus Estados-Nación, hasta ahora han hecho imposibles los procesos de fusión y convergencia e incluso colaboración.
  • c) En tercer lugar, quedaría por definir los espacios de “lo hispano” y de “lo indígena”, teniendo en cuenta que los enemigos de un proyecto de este tipo (la izquierda convencional y alternativa, los partidos títeres de los EEUU) utilización estas diferencias para torpedear el proyecto. La identidad indígena debe reconocerse como una de las posibles de Iberoamérica, en absoluto como la única, ni, desde luego, como la que hoy esté a la altura del momento histórico y del siglo XXI.

7. Conclusiones

Un proyecto histórico es, inicialmente, una intención que precisa de una voluntad para ponerse en práctica, pero también y, sobre todo, en sus primeros momentos, necesita análisis y profundización. Lo apuntado hasta aquí es un esbozo que otros con muchas más tallas intelectual que nosotros deberán completar. Hemos procurado que respondiera a las necesidades de nuestro tiempo e intentado trazar sus líneas maestras. Nos hemos esforzado en dar a la idea básica –la necesidad de un impulso superador a las limitaciones de la actual dimensión nacional de España y Portugal- distintos orientaciones y reafirmar que es la única posibilidad a nuestro alcance para superar las condiciones históricas y los problemas acumulados de nuestro país. Queda solamente definir algunos aspectos prácticos a modo de resumen.

7. 1. Objetivo

El establecimiento de un proyecto no regresivo que supere las dificultades y los problemas heredados de nuestra historia y de las crisis de las crisis de las últimas décadas y sitúe en posición de afrontar los retos del siglo XXI, remueva y revitalice fuerzas nacionales en una empresa histórica que fije la misión y el destino de nuestro pueblo en el siglo XXI y, en última instancia, tienda a la creación de un “hombre nuevo”.

7.2. Estrategia

La construcción de Iberia entendida como fusión bajo la forma de Estado Unitario federado de los dos Estados Nación actuales, el Reino de España y la República de Portugal, como paso previo para la formación de un bloque geopolítico entre la integración en Europa, la opción euroasiática o al eje iberoamericano.

7.3. Tácticas

Para la puesta en marcha de la primera fase estratégica (la formación de un Estado Ibérico) será preciso aplicar los siguientes principios tácticos
  • a) Elaboración teórica: elaboración de documentos teóricos y doctrinales para perfilar el objetivo y darle un contenido.
  • b) Creación de instrumentos de divulgación: blogs, agencia de noticias, revistas impresas, editoriales, canales de difusión propios del proyecto.
  • c) Creación de círculos de formación y divulgación capaces de formar los primeros cuadros políticos.
  • d) Búsqueda de sectores sociales preferenciales para divulgar el mensaje

7.4. El movimiento histórico de la revolución nacional
  • a) No puede ser un partido político convencional, aunque actúe como tal.
  • b) No busca un mero cambio de gobierno, ni se pontifica como alternativa a otros partidos.
  • c) Es, en su concepción misma, un antipartido, o si se quiere expresar de otra manera, un movimiento de construcción de una alternativa postglobalizadora
  • d) Debe estar inspirado, no solamente por un nuevo proyecto político, sino también proponer un cambio económico social y ético.
  • e) Debe suponer una superación de los conceptos y enfoque que han dominado las últimas décadas de la política española y, en particular, los conceptos de derecha, centro e izquierda, o la dicotomía progresismo-conservadurismo.
  • f) Debe partir del reconocimiento de que el siglo XXI no puede gestionarse ni con ideas ni con modelos que nacieron en el siglo XVIII.

7.5. Hacia un nuevo modelo de sociedad postglobalizadora
  • a) La formación de una Federación Ibérica no es un fin en sí mismo, sino un medio para alcanzar un fin: la inclusión de los pueblos ibéricos como opción determinante en un mundo postglobalizado.
  • b) Esto implica la defensa de una visión del nuevo orden internacional, ni como bilateralismo (que imperó durante los años de la Guerra Fría en la dicotomía entre EEUU y la URSS, entre 1945 y 1989), ni el unilateralismo (instalado tras la caída del Muro de Berlín y la victoria norteamericana en la Guerra de Kuwait y la caída de las Torres Gemelas, entre 1989 y 2001), sino una confirmación de la tendencia multilateralista (en la que nos encontramos en la actualidad, si bien de manera aún inestable).
  • c) Socialmente, el modelo que se propone debe ser una respuesta a la economía mundial globalizada, ultraliberal y financiera, impedir las grandes acumulaciones de capital que conduzcan al establecimiento de plutocracias de hecho y la instauración de un orden social justo que atenúa las diferencias económicas y suponga una mayor distribución de la riqueza: una economía social es lo que se propone.
  • d) Todo esto implica que la revolución social debe ir paralela a la revolución geopolítica.
  • e) Nada de todo lo anterior será útil y duradero si no se impone una nueva forma de ver la filosofía y la vida y ese concepto se transmite a través de la enseñanza y los valores proclamados por el Estado. Éste no debe tener una religión, pero sí una moral. Las necesidades del proyecto implican la depuración, modulación y limado de lo que podríamos llamar “posthumanismo”.
  • f) La función del Estado es de prolongar este proyecto para las generaciones futuras, defenderlo, afianzarlo y administrarlo. Debe ser integrador, pero al mismo tiempo, ligero en sus estructuras: éstas deberán adaptarse a cada una de las fases del proyecto. Pero, siempre, debe mantenerse el principio de que el proyecto es un organismo vivo que tiene
  • 1) Unas raíces: los fundamentos históricos y culturales y renunciables procedentes de nuestra herencia greco-latina y europea.
  • 2) Un tronco: formado por los reinos y naciones históricas que han dado vida al Estado Ibérico que se trata de construir y proyectar.
  • 3) Unas ramas: que suponen, tanto la adhesión al proyecto de naciones americanas.
  • 4) Unas hojas: que representan la proyección de futuro y
  • 5) Una sabia: que dinamice el conjunto y esté formada por el antipartido, concebido como un movimiento de cuadros concienciados políticamente, que haga suyo el proyecto y constituye la fracción activa de las masas.
  • g) Si consideramos a la economía globalizada como el principal enemigo y a su traslación ideológica, el mundialismo, propulsor de los puntos de vista universalistas, políticamente correctos y de las ideologías surgidas del laboratorio doctrinal del mundialismo, la UNESCO, está claro cuál es el enemigo y el obstáculo a vencer.



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